domingo, 14 de junio de 2015

Guardias pretorianas y perros de presa (II)



Las reflexiones anteriores acerca de la falta de iniciativa real de la izquierda en lo que respecta al cambio social nos conducen a la segunda asimetría que quisiéramos constatar: la que se refiere a la muy diferente influencia y valoración social que poseen izquierda y derecha, en el plano político y social pero también en el cultural e intelectual. Es fácil comprobar que tanto la presencia social como la influencia cultural sobre el imaginario colectivo que ha poseído -y aún posee en buena medida- la izquierda no ha encontrado nunca un contrapeso en la 'derecha'. 

Por lo que respecta a la derecha, diremos tan solo que la manipulación a que ha sido sometida por parte del liberalismo para vaciarla de toda identidad propia es bastante más evidente que en el caso de la izquierda y así ha quedado reducida a un mero espectro que enfrentar a la izquierda, un pelele que agitar, un miedo atávico, oscuro e impreciso, del que echar mano cuando es necesario juntar filas y atemorizar a la 'clase media'... 

Viendo este destino de la derecha, que ha sido demonizada como el mayor enemigo de los derechos, la democracia y la libertad, cabe preguntarse por qué la izquierda, sobre todo atendiendo ahora a su dimensión intelectual y a su influencia en el imaginario popular de las clases trabajadoras, no se ha visto por igual perseguida, proscrita y anulada por el poder de las pasadas décadas. De hecho ha sucedido lo contrario, a menudo ha sido promovida y jaleada desde el poder, que la ha puesto a su servicio convirtiéndola en la cultura institucional. Es evidente que esto solo puede deberse al papel social estratégico que la izquierda debía cumplir.  

La izquierda y sus compañeros de viaje inseparables, el progresismo y la contracultura, siguen gozando de una extraordinaria representación en los media y de un gran prestigio en la sociedad. Incluso las más estrafalarias izquierdas poseen una presencia mediática muy superior a la que debiera corresponderles en función de su presencia real en la sociedad, marcan tendencia y alardean con frecuencia de superioridad intelectual y moral frente a cualquier otra corriente de opinión, y ello pese al fracaso histórico absoluto de la izquierda en todos sus objetivos declarados de transformación social. 




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Por sus frutos los conoceréis.
¿Acaso se recogen uvas de los espinos 
o higos de los abrojos? 
(Mt. 7:16)

El fracaso histórico de la izquierda resulta más evidente si cabe cuando se repasa lo que han sido los últimos cien años en la historia de Europa. Se constata que la influencia cultural de las corrientes intelectuales y académicas 'de izquierdas' ha avanzado de modo paralelo a la demolición intelectual de la tradición occidental y a la molicie completa de la juventud del viejo continente, entregada a los ocios más destructivos y alienantes: consumismo compulsivo, drogas, videojuegos y modas absurdas vinculadas a la industria del espectáculo-basura fabricado especialmente para ellos [1]. Incluso el mundo de la creación y el arte, cuyo panorama es desolador, ha pasado a llamarse 'industria cultural', dejando con ello muy claro lo que se espera de los artistas, escritores y creadores de cualquier tipo. [2]

La respuesta que el progresismo nos ofrece es el consabido argumento de que la izquierda no ha logrado sus objetivos de un mundo mejor, más libre, justo, culto, educado y cortés, debido a la tenaz oposición de 'la derecha'. Podríamos preguntarnos entonces si 'la derecha' ha funcionado efectivamente como barricada y muro de contención al cambio progresista -cambio que no dudamos en calificar de revolucionario-, poniendo constantes palos en la rueda a la prometida transformación social, a la vez que, atendiendo al panorama actual, haciendo todo lo posible por destruir y pervertir a la juventud... 

Lo cierto es que nada más lejos de la realidad: debe reconocerse que la sociedad ha cambiado, y a gran velocidad, lo que demuestra que la derecha no ha sido un actor político de peso ni tampoco un factor social de resistencia. Tampoco parece que una 'derecha', cualquiera que esta fuese, pero a la que siempre se acusa de dar prioridad a la comunidad y al sentimiento grupal antes que al individualismo, abogara por el modelo de hombre hedonista, insolidario e individualista que es protagonista absoluto del modelo social en curso.

Por tanto, y dado que no cabe culpar a una inexistente 'derecha', el desorden social que referimos tiene un único responsable, la hegemonía socio-cultural de la izquierda y su progresismo, que ha sido durante setenta años tan fundamentalista e intolerante con la diferencia teórica como incontestable en su aplicación práctica, y que ha impuesto su modelo social -un modelo que asimila felicidad a consumo y hedonismo- prácticamente sin oposición desde el fin de la segunda guerra mundial. 

Desde nuestro punto de vista, la izquierda no solo ha fracasado por completo en su objetivo de crear un 'nuevo hombre' y una 'nueva sociedad', sino que ha sido utilizada, al modo de un tonto útil, por parte del verdadero agente del cambio, para promover los progresos que se quería instaurar por medio de romper toda resistencia de la sociedad a los mismos [3]. La izquierda ha realizado el trabajo sucio en el nivel de las ideas, mientras el capitalismo lo hacía en el nivel de los hechos consumados, la vida y las costumbres. Derecha e izquierda han sido -y siguen siendo- dos títeres manejados por un mismo titiritero que siempre permanece en la sombra.  


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Abundando en esta idea, puede ponerse seriamente en duda que haya existido en el mundo occidental, al menos con posterioridad a la segunda guerra mundial, una corriente cultural o intelectual que pueda ser calificada como propiamente 'de derechas', algo que pueda considerarse enteramente 'conservador' sin caer en tópicos demo-liberales-progresistas. Nos referimos, claro está a algo que vaya más allá de lo meramente marginal o anecdótico. Lo cierto es que desde el fin de la guerra lo que ha tenido lugar en Europa durante más de setenta años ha sido un monólogo progresista. Un progresismo que no podía de ningún modo plantar cara al modelo social capitalista liberal, pues comparte sus mismos principios -individualismo, materialismo radical, laicismo beligerante, etc.- como más adelante veremos. 

En realidad el fracaso más significativo de la izquierda no lo constituye la pesadilla del 'socialismo real' del mundo soviético, sino más bien aquello que, a través de su ubicua propaganda, pretenden vendernos como su mayor éxito: la socialdemocracia europea y el 'estado del bienestar'. Esto es lo que proporciona la medida real de la capacidad transformadora de la izquierda y de su habilidad política: el análisis en profundidad de la socialdemocracia europea arroja un saldo, más que de fracasos y derrotas -como podría ser el de la izquierda revolucionaria-, de engaños y traiciones masivos a sus propios conciudadanos, engaños sostenidos solo gracias a una inmensa operación de propaganda y maquillaje mediático. 

El 'estado de bienestar' no fue, como la falsificación histórica generalmente aceptada nos quiere hacer creer, una conquista de la izquierda y sus heroicas luchas proletarias anti-sistema, sino una concesión del núcleo más duro del liberalismo anglosajón -al más puro estilo paternalista del antiguo régimen-, a fin de presentar una cara amable y envidiable con la que competir en términos de propaganda frente al 'socialismo real', en cuya utopía naufragaba la mitad del universo industrializado y una parte considerable del mundo rural. Así, el 'estado de bienestar' de las ejemplares 'democracias occidentales' era más un triunfo de la práctica real del socialismo soviético oriental que de las teorías académicas del marxismo institucional que se producía en las universidades occidentales, pues sin 'telón de acero' no habría habido lugar para 'estado de bienestar' alguno. Y no deja de ser muy significativo que en los grandes años del desarrollismo industrial más desaforado de occidente la intelectualidad del régimen capitalista -sostenida y financiada por la oligarquía liberal- fuera precisamente marxista y 'de izquierdas', lo cual no es ninguna casualidad. 

Por ello mismo, derrumbado el mundo socialista y derrotado el 'demonio rojo', el 'estado de bienestar' devino en un grave inconveniente para los intereses expansivos del gran capital globalista, ahora lanzado a la carrera por el monopolio mundial y del nuevo orden unipolar, máxime cuando la labor de disolución de la sociedad ya había sido ejecutada admirablemente durante 30 años por la misma inteligentsia marxista a sueldo del estado demo-liberal. 

Con el mundo unipolar llegaron los años de quitarse la careta: el liberalismo mostraba por fin su verdadero rostro [4] a través de la renovación de la pseudo-intelectualidad antaño marxista mediante siniestros personajes como Fukuyama o Umberto Eco. Así se mostraba el rostro de una sociedad demolida, vaciada de toda convicción y privada de sentido por sus mismos 'intelectuales', un auténtico ejercito de nihilistas  y post-modernos que habían sembrado, germinado y abonado el pensiero debole del fin de la historia.

Llegados a este punto -los años '90, años de la caída del muro y del colapso socialista- la izquierda debía ser adecuadamente reconducida y reconvertida, reciclada diríamos, para servir a los nuevos objetivos del globalismo mundial y multicultural. Era hora de olvidar la lucha de clases y los grandes objetivos revolucionarios. Así de la 'gran lucha' contra el sistema la izquierda debía ahora pasar a las 'pequeñas luchas' locales, las 'micro-batallas' en defensa de las igualdades, las libertades, las minorías, la naturaleza (¿?) o cualquier otra excentricidad disolvente y centrifugadora que le fuera sugerida... Todo ese manido discurso de lo individual como político y lo local como parte constituyente de lo global debe ser encuadrado aquí, sin olvidar que semejante discurso fue promovido y financiado desde instancias internacionales y supra-gubernamentales no precisamente anti-sistema: desde la ONU y la OCDE hasta engendros globalistas como las conferencias mundiales de la mujer. 

En efecto, el aparato intelectual de occidente había cargado todas las tintas de su maquinaria teórica de demolición -con la excusa de derrotar ese enemigo siempre invisible pero eterno [5] que constituía 'la derecha'- contra los únicos valores que podrían constituir una resistencia al liberalismo: Dios, patria y familia, para abordar en último término la destrucción de los individuos mismos en tanto 'sujetos sociales activos' por medio de la ideología de género... Por tanto el papel inconfesable de la izquierda fue y sigue siendo el mismo: adoctrinar, inculcar y difundir ciertas 'ideas' convenientes para el poder entre la clase trabajadora, y muy especialmente entre la población más joven, a fin de fragmentarla psíquicamente e ir allanando el camino hacia un futuro sin posibilidad alguna de resistencia organizada. 

Esta es la razón profunda que explica por qué la izquierda cultural no fue proscrita y marginada por el poder, ni demonizada como lo fue la derecha: su papel social no era tanto hacer la revolución como adoctrinar a las 'clases medias'. Y este papel lo ha cumplido a la perfección.  

En conclusión, mientras la izquierda es un producto del poder destinado al consumo masivo por parte de la juventud a fin de que esta acepte cualquier ilusión de 'progreso', la derecha no ha pasado nunca de ser un fantasma, un pelele, un títere que agitar por parte del poder para mover y remover a las volubles clases medias. Un papel, el de agitar los viejos y agotados fantasmas al que la izquierda sigue prestándose convenientemente...



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"Es toda una experiencia vivir con miedo... 
Eso es lo que significa ser esclavo."

Roy Batty, personaje replicante del film futurista Blade Runner



Recientemente se ha podido presenciar un acontecimiento que supone una prueba excelente de lo que decimos, es decir de cómo la izquierda se moviliza agitando siempre los mismos viejos fantasmas, aún sin ningún sentido, en defensa del statu quo: el caso Charlie

Sin duda el caso Charlie marca por sí solo un hito en la 'historia universal de la infamia' de los mass-media señalándolos más que nunca como 'la voz del poder'. Dejando a un lado el gallinero mediático y el esperpento político, la izquierda ha tenido un papel muy destacado debido precisamente a que, lejos de ponerse del lado de la sociedad y enfrentar el problema ha pretendido exactamente lo contrario, aprovecharse de los acontecimientos y llevarnos a todos a su particular redil progresista, repleto de luchas 'justas' y 'liberadoras' y de 'mártires por la libertad'. 

Nos estamos refiriendo, como es obvio, a la grotesca campaña de manipulación por la cual la izquierda más progresista -la de los derechos, las libertades y la igualdad- se ha otorgado a sí misma la etiqueta de víctima moral de los gravísimos acontecimientos. 

Pretendiendo atraernos a todos hacia la defensa de 'los valores occidentales' y el progresismo utópico, la izquierda ha cumplido de paso la impagable misión de impedir toda disidencia al discurso liberal dominante. Resucitando sus viejos fantasmas de siempre -el racismo, el anti-semitismo, el retorno del fascismo y el fanatismo intrínseco a toda creencia religiosa- la izquierda una vez más ha protegido el núcleo del poder. No vemos razones por las que el ciudadano normal vería en hechos como estos un problema 'religioso' antes que un problema 'político', sin embargo la izquierda ha repetido hasta la saciedad que la religión es una peligrosa fuente de fanatismos... Una vez más, las consignas de siempre. Curiosamente este fanatismo religioso que dicen denunciar, no solo no da prueba alguna de existir, y en ninguna parte menos que en Europa y por supuesto tampoco entre musulmanes, sino que nunca se ha dirigido contra los laicos, antes bien históricamente ha sido al revés, como es notorio para cualquier persona cuyo conocimiento de la historia no esté cegado por sus prejuicios.  [6]

Sin embargo sí queremos notar que llama poderosamente la atención cómo ante estas campañas tan beligerantes en defensa del laicismo y el progresismo más fundamentalista e intolerante los creyentes no reaccionen en absoluto. Lo dejaremos aquí, porque creemos que las conclusiones resultan evidentes.  

No contento el progresismo cultural, siempre tan cercano a las instituciones y tan servil al poder, con intentar beneficiarse de los hechos y ponerse los galardones de las víctimas, emprendió además otra estrategia muy habitual entre sus filas: silenciar en lo posible y demonizar a todos aquellos que por una u otra razón no coincidieron con sus viejas y caducas consignas, se sintieron manipulados y 'tele-dirigidos' por la campaña de inundación mediática o, simplemente, desconfiaron de manera natural de situarse del mismo lado que el poder político para marchar cogidos del brazo por el camino de los siempre nebulosos 'valores occidentales'.  

Por lo demás, en una sociedad donde todos los derechos civiles se convierten en papel mojado día tras día, donde los parlamentos nacionales y supra-nacionales son un perfecto ejemplo de traición a sus ciudadanos y donde la libertad de conciencia es permanentemente conculcada por la propaganda mediática y el adoctrinamiento más burdo, parece cuanto menos exagerado alardear de la superioridad moral y de los 'valores' y las 'libertades' que se disfrutan en occidente -un paraíso, si hemos de creer a los progres fundamentalistas, repleto de gentes de lo más desagradecidas a tenor de las estadísticas psiquiátricas y la frecuencia cada vez mayor de trastornos psicológicos de todo tipo-, pero además es necesaria mucha bajeza moral para seguir defendiendo algo que pueda ser llamado 'progreso'. 

Coincidimos en este punto de plano con el profesor García-Trevijano cuando defiende con su habitual vehemencia que, después del siglo XX y de todos sus horrores -alimentados y sostenidos por los fanatismos ideológicos más chuscos y no por las religiones-, ninguna persona decente puede ser progresista

Tratando de interpretar con perspectiva la reacción exagerada y dogmática de la izquierda cuando agita los fantasmas del resurgir de la extrema derecha y el problema de las religiones en nombre de la defensa de su programa liberal e ilustrado -programa que, no lo olvidemos, nos ha conducido hasta aquí- diremos que de lo que se trata aquí es de conducir más apaciblemente al redil a ese infeliz rebaño llamado 'clase media'. Una vez más la izquierda progre ha cumplido su papel de adoctrinamiento de masassiervo del poder





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[1] Hay casos especialmente siniestros: la creación industrial de 'basura-espectáculo' fabricada específicamente para consumo de la juventud y controlada por oligarquías capitalistas de extraordinario poder se denomina 'cultura pop'; en realidad su cometido es justamente el contrario: destruir cualquier resto que pudiera quedar de cultura auténticamente 'popular' y anular la identidad cultural de la juventud, es decir desarraigarles, marcando su independencia 'cultural' con respecto a las generaciones que les precedieron en el tiempo, y creando una percepción de ruptura, de alejamiento, de falta de unidad e intereses comunes, con respecto a la generación de sus propios padres. 

[2] Habría que abordar alguna vez las profundas y oscuras relaciones que existen entre las izquierdas y la cada día más omnipresente pseudo-espiritualidad new-age, relación de parentesco que además encuentra un vaso comunicante privilegiado en el ecologismo más superficial y de masas, que a través de la moda de lo 'verde' ya es un espacio más de mercado. Este mercado de lo ecológico conforma un marco en que todas estas culturas alternativas se dan cita y se celebran a sí mismas en su habitual ceremonia de confusión... 

Esta relación es mucho más antigua de lo que cabe imaginar, por ejemplo: el progresismo radical de los años '60 y '70 -desde el movimiento hippy al mayo francés- tenía una tendencia pseudo-espiritual hacia el orientalismo muy acusada. Como frutos que son de un mismo árbol -la anti-tradición- pseudo-espiritualidad y pseudo-ideología siempre han estado mucho más próximos de lo que habitualmente se supone... 

[3] El mejor ejemplo de cómo la izquierda y el progresismo han jugado el papel de 'tonto útil' preparando el camino para la llegada del nuevo orden postmoderno lo proporciona la popularización masiva de la droga como un bien de consumo más en el mundo occidental. 

Salvando las distancias, ese mismo papel lo desempeña hoy el progresismo al respecto del 'feminismo' y la ideología de género, ejecutando el trabajo sucio de imponer su ideario a toda costa en las mentes de los hombres y mujeres: cuando se aprecia el carácter impositivo y fanático de este adoctrinamiento, que no admite críticas ni disidencias, se hace evidente su naturaleza de vanguardia del 'poder central' en la lucha por el dominio de las mentes y las almas de los individuos. Profundizaremos en ello en la tercera parte de nuestro artículo. 

[4] Que el liberalismo radical no se escondiera tras el estado y se mostrara en todo su descaro como la 'doctrina del triunfo' es algo que solo había ocurrido en los años previos al crack del '29, lo cual es bastante significativo. Con el añadido además de que entonces el liberalismo se presentaba como una doctrina 'para todos', dado que 'todos' los hombres son iguales, una idea que vuelve a estar muy presente hoy en el discurso neoliberal: 'todo el mundo puede triunfar si es lo suficientemente emprendedor'. Tampoco es casualidad que los periodos de celebración del liberalismo desregulado conduzcan una y otra vez a colapsos económicos y severas crisis sociales.  

[5] Tomamos el término de un famoso artículo de U. Eco, turbio personaje que es quizá, de entre todos los 'intelectuales progres' que en los años '60 y '70 preparaban el camino de la 'postmodernidad líquida', el más mediocre a la vez que el de mayor peso mediático de todos, características estas que curiosamente suelen ir de la mano. 

[6] Quizá uno de los mayores errores estratégicos cometidos a la hora de enfrentarse a la modernidad sea el no haberla reconocido y tratado como lo que muy probablemente es, una pseudo-religión, expresión de la anti-tradición; un sistema de creencias y dogmas peligrosamente exclusivistas y etnocéntricos, cuya fe central son las incuestionables verdades del individualismo, el materialismo y el laicismo. El punto de vista profano que la modernidad promueve no se conforma con poseer un espacio propio, ni siquiera con que se le permita hacer y deshacer sin rendir cuentas a nadie, por su misma naturaleza -al igual que el capitalismo, que es uno de sus frutos- busca inevitablemente expandirse y hacerse con el todo, desterrando cualquier otra concepción del mundo, en particular si esta es sagrada. Así, pese a que en occidente la espiritualidad verdadera ha sido suplantada por la pseudo-espiritualidad new-age y la religión ha sido expulsada de la sociedad y recluida en el 'ámbito de lo privado' -¡cosa que celebran incluso algunos creyentes!- el laicismo lejos de conformarse exige cada vez más... 

Digamoslo sin ambages, la finalidad última de la modernidad es desacralizar -profanar- el mundo para lograr lo cual debe, tras haber derribado el orden tradicional, destruir cualquier residuo de concepción tradicional que pudiera quedar. El laicismo no se detendrá en su batalla anti-tradicional sean cuáles sean las concesiones que se hagan al mismo. Como puede verse en esto coinciden todas las izquierdas así como todo lo que se denomina actualmente 'derecha democrática' o 'liberal'. Por ello no es sorprendente que el laicismo no persiga las nuevas pseudo-espiritualidades con la misma virulencia con que persigue y demoniza las religiones tradicionales. 

Esto explica por qué es un enorme error que una religión cualquiera entable diálogo de igual a igual con la modernidad, como ha pretendido el cristianismo occidental generando confusión a raudales e incluso legitimando la modernidad a ojos de muchos creyentes, pues ¿cómo es compatible una concepción tradicional del hombre con una 'ideología moderna'? ¿En que punto de sus diferentes programas sociales o concepciones del ser humano pueden coincidir? 
  


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