lunes, 10 de noviembre de 2014

La medicina de Hildegarda de Bingen (III)

El remedio a la enfermedad: la medicina. 


Según lo dicho hasta ahora la medicina no será para Hildegarda un conocimiento 'humano' en el sentido en que lo es ahora, es decir un saber elaborado por el hombre en base a su razón, sino más bien un conjunto de saberes que están inscritos en la naturaleza y que el ser humano debe saber encontrar o descubrir. La naturaleza para el hombre medieval siempre fue un libro divino que había que saber leer e interpretar (san Buenaventura). 

Este es otro detalle que acerca la visión médica de Hildegarda a las tradiciones de los chamanes y los hombres-medicina de muchos pueblos pues el mejor médico tampoco será el más sabio en sabiduría humana sino el que reconozca mejor la naturaleza del mal del paciente, dicho de otro modo, aquel que sea mejor observador. 

Tampoco será ya el médico quien cure desde la supuesta superioridad de su saber humano al paciente, sino que desde esta perspectiva de restitución del equilibrio del paciente con su naturaleza el médico será visto más bien como una especie de facilitador o intermediario que hace que el equilibrio se restablezca. Toda estas ideas como decimos parecen emparentar la medicina medieval -al menos la que Hildegarda expone- con la medicina practicada por los pueblos de tradición chamánica. 

Algo contradictorio a este respecto es que es sabido que el chamán es visto por su comunidad como un sacerdote o como un mediador con otras fuerzas, en todo caso como una persona dotada de un halo sagrado, sin embargo no hay constancia de este rasgo en la medicina medieval, al menos en la medicina más normativa, sin duda sí en algunos santos que eran visitados por enfermos. Esto puede deberse a que existían diferentes especialidades médicas de muy diferente valoración social, hasta el punto de poderse considerar casi profesiones distintas, por ejemplo los cirujanos eran un grupo social muy alejado de los curanderos que usaban plantas medicinales. 



La práctica médica de Hildegarda. 

En consonancia con la teoría holística de la salud que hemos expuesto, la medicina es considerada por Hildegarda como una terapia integral, muy completa, que debe ir dirigida a cuerpo, mente y espíritu, que ayuda a vivir al hombre y a restablecer el necesario equilibrio para estar en armonía con  el mundo y también con Dios. La medicina es verdaderamente un arte del equilibrio vital, la ciencia que conoce cómo reconciliar al hombre con su entorno. Y se puede entender que posea un papel teológico ya que enseña a vivir al hombre en la armonía con la ley divina. Estamos entonces ante una disciplina sagrada suyos fundamentos últimos remiten inevitablemente a Dios.

Un detalle particularmente interesante de su visión sistémica de la persona lo encontramos en el modo en que se dirige a sus monjas. Hildegarda hace énfasis en la condición social y la educación de la persona, algo que supone una atención a los aspectos más psico-sociales de la personalidad. Parece desprenderse de ello que las enfermedades afecten de modo distinto dependiendo no solo del estilo de vida más material sino también del pensamiento y del carácter de la persona. Y en el fondo estilo de vida y de pensamiento van inseparablemente unidos.

Otro ejemplo de la atención que presta a los aspectos psicológicos, es decir aquellos relativos al alma, son los famosos pasajes en que se refiere al 'mal melancólico' como uno de los grandes males del alma en las personas dotadas de un cierto temperamento, aquel en que domina la bilis negra. Sus estudios sobre esta enfermedad suponen -como aseguran Fernando Pagés y María Rebok-  una de las concepciones más originales de la melancolía en la Edad Media.

En cuanto a su práctica terapéutica, Hildegarda usará a menudo remedios externos como agentes para recuperar la salud. Todo lo que el cuerpo recibe afecta a los humores  internos transformándose en salud o enfermedad, del mismo modo los pensamientos o deseos del individuo producen cambios en el alma que provocan bienestar y felicidad o confusión y malestar.

Abundan asimismo en sus terapias médicas prácticas que podrían denominarse de magia simpática, cuya concepción ha sido recuperada -solo teóricamente- por la homeopatía moderna: “lo semejante cura lo semejante”. Sabemos que la magia simpática está basada en la analogía y que se presenta como un desarrollo natural del pensamiento simbólico. Es esta una de las mayores diferencias con respeto al pensamiento analítico y abstracto de la ciencia moderna en general y la medicina en particular. Los argumentos de Hildegarda para justificar sus remedios 'simpáticos' encajan perfectamente en el universo mental medieval dado que cualquier realidad particular es tomada como parte de un conjunto más amplio, ninguna ser o fenómeno es entendido como independiente o imaginado 'en el vacío'. Toda realidad está interconectada con otras y mediante esas otras podemos alcanzar la primera: correspondencias entre lo superior inferior, lo general y lo particular, cosmos y hombre, macrocosmos y microcosmos.

Aparte de estas reflexiones, Hildegarda nos propone cuatro principios básicos para el mantenimiento de la salud:


  • el descanso,
  • el ejercicio
  • una dieta equilibrada (con períodos de ayuno) y
  • una conducta moral adecuada.


Medicina, magia y brujería. 


Hildegarda rechazó enérgicamente el uso de la magia en diversas ocasiones. Sus argumentos contra la magia se encuentran en su libro Physica y en la que es su obra más importante, Scivias,  concretamente en el libro primero de ésta: Scivias I, 3

Allí Hildegarda establece la frontera que para ella separa medicina y magia. Es necesario no traducir a la mentalidad moderna la crítica de Hildegarda a la magia ni sus argumentos. Hildegarda no rechaza la magia desde la presunta superioridad científica moderna. Su crítica a la magia es sobre todo de orden espiritual pero también moral, y en ningún caso epistemológica. Esto quiere decir que -sorprendente e incomprensiblemente para la mentalidad moderna- no niega ni su existencia ni su efectividad, no la tacha de superstición como haría la mentalidad racionalista-positivista, sino que ante todo nos pone en guardia contra ella. 

Sin embargo esta es una frontera muy difícil de entender para el punto de vista -mermado en su reduccionismo ontológico y epistemológico- de la modernidad. Su crítica a la magia nunca se basa en descalificarla por falsa, ilusoria o superstición estúpida, sino de inmoral e ilegítima. 

Especificamos esto porque desde el punto de vista racionalista moderno muchas de las prácticas que Hildegarda realizaba y aconsejaba (uso de piedras preciosas, uso de invocaciones y sortilegios, rituales sobre el enfermo, etc.) podrían considerarse mágicas o brujeriles, y de hecho es difícil para la mentalidad moderna aceptar que no lo sean y no tacharlas directamente de mera superstición. Incluso la propia preparación de los preparados medicinales, desde amuletos con símbolos grabados hasta brebajes con hierbas medicinales, suponían para Hildegarda -y seguramente para toda la 'medicina espiritual' de la época- el empleo de rituales en su elaboración y aplicación. Como sostiene J. C. Aguirre al respecto de la importancia del ritual en el  chamanismo:
El rito -y las influencias que el rito dinamice- será pues lo que otorgue el carácter medicinal y sanador a cualquier brebaje visionario o fármaco que pueda ser empleado. El rito desde su radical intimidad con la conciencia humana y desde las influencias que acoge. [1]

Veamos en primer lugar los argumentos espirituales contra la magia que aporta Hildegarda. Para la Doctora sus prácticas médicas no son de ningún modo mágicas, no pueden serlo, porque son sagradas, es decir, están santificadas y vinculadas a un orden espiritual superior, guardan una relación de parentesco con el Espíritu Santo -el cual posee una importancia enorme en la teología de la santa y al que se refiere frecuentemente, aspecto al que se le ha dado muy poca importancia-. El Espíritu Santo es para ella quien cura al enfermo, a través o por medio de otras causas secundarias, y es así porque Él es quien sostiene la relación entre el hombre como criatura y Dios. 


Las prácticas mágicas sin embargo flotan para Hildegarda en un vacío espiritual, son prácticas meramente instrumentales y no están vinculadas a lo divino, no están consagradas ni conectadas con una potencia espiritual real. En cuanto a su dimensión ontológica no son por tanto verticales -no apuntan al Principio-, sino horizontales -se dan en el nivel de los entes-. Esto es lo que las hace, a ojos de Hildegarda, profundamente peligrosas. Como vemos su concepción de los límites de la magia y la ciencia está radicalmente alejada de la concepción positivista moderna. 

Pero aún hay más razones por las que rechazar por principio el uso de la magia, y a continuación podemos referirnos a los argumentos más específicamente morales, aunque ya pueden intuirse en base al citado vínculo que debe guardar la medicina legítima con lo divino. Para Hildegarda la frontera -y la diferencia fundamental- entre ambas materias era una cuestión de fines y objetivos: la medicina debe servir y obedecer ante todo a Dios y buscar a través suyo el bienestar del hombre, no servir al hombre para la consecución de sus fines particulares y egoístas -los cuales pueden incluir perfectamente la curación del cuerpo en un momento dado-, olvidando y dando la espalda a Dios. Este matiz es verdaderamente notable. Lo importante para ella no es solo el cómo curar sino el para qué. Así ella rechaza absolutamente usar los 'poderes naturales' para fines egoístas como seducción, fornicación, asesinato o cualquier otro deseo individual pues todos esos deseos están regidos por las pasiones, los vicios capitales (lujuria, envidia, avaricia…) y conducen al pecado. El pecado en sentido ontológico y cósmico como ya hemos explicado, es decir, tales actos egoístas incluso produciendo lo que aparentemente sería un bien particular, aumentarían sin embargo el desequilibrio y la distancia entre hombre y naturaleza produciendo un mal general. La visión holística de Hildegarda marca una vez más la diferencia con respecto a la visión actual, lo que nos demuestra claramente que estamos ante otro 'paradigma' de pensamiento; una visión global que otorga el valor supremo al equilibrio del todo, del conjunto, que no estaría mal que tomara en consideración siquiera alguna vez la medicina moderna en particular y la tecno-ciencia moderna más en general. 

La medicina es entendida por tanto un camino para reconciliar al hombre con Dios. El uso de los 'poderes naturales' para otros fines aleja al hombre de este sano y santo objetivo y por tanto para Hildegarda son procedimientos contra-natura que deshumanizan al hombre, rebajándolo moralmente, privándole de su libertad y esclavizándolo a los poderes del pecado.


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Hemos dicho que algunas de las prácticas de Hildegarda serían consideradas como indudablemente mágicas por parte de nuestros contemporáneos. El uso de sortilegios o encantamientos verbales dichos durante la producción de la medicina o durante su aplicación al paciente es también algo sobre lo que merece la pena decir unas palabras, siquiera brevemente. 

Para ello es necesario referirse a la importancia simbólica del lenguaje en el pensamiento tradicional. El lenguaje es lo que diferencia al hombre de los animales y más concretamente lo que le otorgó el poder sobre la naturaleza. Adán “nombró a cada animal con su nombre” según el Génesis. Pero la fuerza del lenguaje humano (nivel microcósmico) le viene una vez más de Dios que es su dador. Por tanto el lenguaje humano es un pequeño reflejo del Verbo creador de Dios por el cual fue creado el mundo. Aún así y opese a la distancia que le separa de su origen, el lenguaje aún contiene como un destello de ese poder creador y teúrgico. Por eso la palabra posee poder para ordenar y para cambiar el mundo material y por eso puede ser utilizada con propiedad en los actos curativos pues también transmite poder y vida. 

En ocasiones los sortilegios o fórmulas eran escritos como amuletos y eran prescritos en esta forma como remedios. Es decir la palabra tenía un poder teúrgico y apotropaico incluso aunque no fuera pronunciada, con su simple escritura que es un modo de presencia. 


Tanto el uso de sortilegios y fórmulas como de rituales o acciones en la preparación y aplicación de los remedios fue muy habitual en la Edad Media para tratar las enfermedades de causas invisibles (consideradas de origen espiritual), pero aparece también en prácticas tachadas de magia y condenadas por la Iglesia de aquel entonces. Se ha sostenido a menudo que dichas costumbres provengan de las tradiciones médicas ajenas al Imperio romano (celtas, germánicas y escandinavas, de tradición druídica). 

Una vez más, el esfuerzo de la iglesia cristiana por desterrar esas costumbres paganas no las negaba ni implicaba no creer en ellas sino que pretendía más bien que tales rituales tuvieran lugar dentro de un contexto cristiano. Todo parece indicar que lo que Iglesia rechazaba no eran las prácticas en sí sino el contexto pagano que en algunos casos conllevaban. La Iglesia pretendía ante todo cristianizar esas prácticas. Prueba de ello es el uso de santos cristianos y de sus reliquias como mediadores a los que rezar para lograr la curación. En este sentido las reliquias son un inmejorable ejemplo de medicina espiritual. 

El problema para la iglesia no eran por tanto las prácticas que ahora llamaríamos mágicas sino el paganismo que implicaban y el peligro que originaban de propagación de falsas creencias y falsos dioses.  


[1] J. C. Aguirre, 'Chamanismo: rastros y ecos distantes'. El artículo completo puede leerse aquí: https://culturatransversal.wordpress.com/2012/12/13/chamanismo-rastros-y-ecos-distantes/


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