lunes, 10 de noviembre de 2014

La medicina de Hildegarda de Bingen (II)


Enfermedad y pecado.


“La enfermedad será para Hildegarda, no un proceso,
sino un modo deficiens, un error, un defecto,
una merma existencial y un déficit ontológico” [1]


Si la salud es vista para Hildegarda como la consecuencia natural del equilibrio entre el hombre (microcosmos) y el universo (macrocosmos), y si dicho equilibrio se consigue actuando en consonancia y armonía con el orden cósmico [2], es decir acometiendo las acciones justas, la enfermedad entonces no puede ser sino la pérdida o alteración de dicho equilibrio, proveniente de acciones humanas erróneas e injustas. 

Desde esta perspectiva en que todo está profundamente -espiritualmente- relacionado e imbricado todo desequilibrio en la naturaleza conlleva y manifiesta una injusticia a nivel metafísico, sea este desequilibrio social (la guerra por ejemplo) u orgánico (la enfermedad). Pero paralelamente toda injusticia dejará su marca en la naturaleza misma por el poder que posee el hombre -otorgado por Dios- para re-ordenar la naturaleza. Dicho de otro modo, cuando el hombre no cumple la misión que Dios le ha encomendado no es él el único perjudicado, sino toda la naturaleza la que se desequilibra y agoniza por dicha causa. 


Esta lógica es la que subyace a la relación que a menudo se establecía entre las epidemias y los pecados de los hombres, aunque en el caso de una epidemia se entendía qeu el pecado era de orden social e implicaba de algún modo a toda la colectividad. El ejemplo más famoso de esta relación tuvo lugar durante la gran epidemia de peste negra del siglo XIV, aunque para entonces hay que matizar que el pensamiento simbólico y analógico medieval estaba en franca decadencia, falto del rigor lógico interior que había poseído y contaminado ya por abundantes desviaciones que tomaban la forma de supersticiones.




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Inevitablemente el concepto de enfermedad de Hildegarda es deudor de su concepción cosmológica y teológica. Concretamente el origen cósmico de la enfermedad en sí no es otro que la caída del hombre por su pecado original. El pecado se originó por no respetar la ley divina, de modo que la desobediencia del hombre provocó la caída y la aparición de la enfermedad y la muerte en el mundo. De ahí la relación constante en la edad media entre enfermedad y pecado, así como entre pecado y desobediencia a los dictados del espíritu. A su vez, la desobediencia a lo que sugería el Espíritu era entendida como un egoísmo, una muestra de soberbia, de resistencia y de acedia. La enfermedad entonces queda unida a conceptos tales como desorden, caos, soberbia, avaricia y muy en particular injusticia. 

Desde esta perspectiva, la enfermedad a nivel individual aparece cuando el hombre se aleja del camino correcto para él [3]. Este alejamiento del camino correcto produce un desequilibrio. El estado del hombre enfermo es análogo al de Adán expulsado del paraíso. 

Desde un punto de vista ontológico la enfermedad es inseparable del hombre en tanto que posibilidad pues es consecuencia del pecado original, por lo tanto está inserta en su naturaleza caída. La enfermedad forma parte indisoluble de la vida humana post-edénica, en tanto que el hombre vive su existencia alejado del paraíso. A este propósito Hildegarda da datos simbólicos enormemente significativos, por ejemplo que antes del pecado original los cielos no giraban, por lo que no había tiempo ni muerte en la esfera humana. Desde entonces la enfermedad puede ser inherente a la  condición humana pero dadas sus connotaciones negativas no debe ser asumida de modo indiferente sino que hombre y sociedad deben responder contra la misma. La enfermedad se debe afrontar.

Tales planteamientos tienen aplicaciones muy prácticas para la cura de las enfermedades. Para que la enfermedad se supere el hombre tiene que ser curado a nivel espiritual, es decir redimido. La curación física es al cuerpo lo mismo que la remisión espiritual es al alma. Por tanto recuperar la salud física es de algún modo volver al equilibrio original y primigenio del Edén. La conclusión de esta teoría espiritual de la enfermedad se hace evidente: cuanto más cercanos nos encontremos respecto al estado ideal del hombre, que es el estado edénico primordial, menos propensos y vulnerables seremos a la enfermedad. 

Pero qué significa estar cerca del estado edénico. Para Hildegarda es inevitablemente estar en paz con Dios, seguir sus caminos y sus preceptos, obedecer su Voluntad y guardar el equilibrio divino. La enfermedad es de algún modo causa y a la vez consecuencia de la maldad humana, de su rebeldía y su soberbia. La maldad humana, en cualquiera de sus aspectos (pensamiento, obra, o palabra) genera desequilibrio y por tanto es causa de enfermedad en alguna de sus formas. Solo la bondad, el amor y la caridad, protegen y conservan el equilibrio y evitan la enfermedad. Una curiosa lección de cómo el bienestar psicológico es la mejor defensa contra la enfermedad. 

Para recuperar la salud el hombre debe ante todo reconciliarse con Dios, volver al camino correcto, a la acción justa. Según sea la desviación, más superficial o más profunda, el hombre puede reconciliarse bien por medio de su relación con la naturaleza misma -que es un camino lógico de reconciliación con el creador-, o bien, cuando el desequilibrio es muy profundo, mediante métodos más específicamente espirituales. De qué dependa el uso de un camino y otro queda en manos del terapeuta que debe reconocer como ya dijimos el origen profundo de la enfermedad, es decir en qué nivel se encuentra la raíz de la misma: en el cuerpo, en el alma o en el nivel más profundo, cuando se trata de un mal espiritual.







[1] H. Schipperges (1981). Los conceptos médicos de Hildegarda. 
[2] El Dharma hindú. 
[3] El Swadharma


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