domingo, 2 de noviembre de 2014

Karma y destino (II): 'cuerpo causal' y liberación espiritual


Una vez entendido que el destino está constituido por aquellos condicionamientos inscritos de manera informal pero indeleble en el 'cuerpo causal' (karana-sharira) de un ser, resulta evidente que el desarrollo de ese ser no puede ir hacia cualquier parte pues, aun poseyendo diversas posibilidades o potencias, éstas no son de ningún modo infinitas para un ser dado en la manifestación, definido y caracterizado como no puede ser de otro modo por la concreción y la limitación. [1]

Las diversas tradiciones espirituales de la humanidad han tratado de dotar a los hombres de estrategias con las que superar dichas limitaciones a fin de alcanzar el espíritu. Se trata por tanto de trascender la barrera que suponen los condicionamientos del alma en sentido general y del 'cuerpo causal', en tanto que núcleo del alma, en particular. El principal obstáculo para alcanzar dicha unión no es el alma en sí -pues el alma es un órgano de conocimiento-, sino las impurezas -impresiones y condicionamientos, que la ensucian y enturbian su 'mirada'. Es así por tanto que toda disciplina espiritual auténtica es una terapia de descondicionamiento -de 'liberación'- dirigida a 'limpiar' y purificar el alma para que pueda unirse con el Espíritu, es decir, en último término a liberar al 'observador'. Todas las tradiciones coinciden en señalar que el hombre que ha logrado tal 'unión' o 'identificación' es el único 'hombre libre' o 'liberado' -jivanmukta en terminología hindú-. Por su parte la consecución de dicha limpieza o purificación destruye la 'cadena kármica' que ha producido a ese ser particular por la 'ley de la necesidad' (la Ananké platónica) y le ha conducido a la manifestación. Puede describirse esta 'limpieza' interior como un camino 'hacia atrás', 'hacia el interior' o 'hacia las profundidades' de ese ser, cualquiera de estas imágenes sirve, pues todas ellas son metáforas tradicionales empleadas para referirse al trabajo espiritual. 


Como ya hemos comentado en otras ocasiones, el nivel más profundo en que quedan inscritas las impresiones en el alma es el nivel correspondiente a lo que en terminología hindú se conoce como 'cuerpo causal'. Este 'cuerpo causal' sería el equivalente a las últimas 'moradas' de Santa Teresa y su 'limpieza' equivaldría al tránsito por la última 'Noche Oscura' según el conocido término empleado por San Juan de la Cruz, 'Noche' inmediatamente anterior a la unión con el Amado y que en cierto modo la prefigura, anunciando su próxima venida. 



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Las imágenes más clásicas para representar la culminación de esta 'limpieza' y la consecución del estado de 'libertad' paradisíaco, anterior a la caída y ya no-condicionado, son generalmente dos:
  • el lavado de las vestiduras - muy frecuente en el cristianismo, particularmente significativo es el pasaje del Apocalipsis en que los santos lavan -blanquean- sus vestidos con la sangre del cordero: 
"Me respondió: 'Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del cordero." (Ap. 7:14)
No es poco lo que podría decirse de dicho pasaje, aunque ello excedería el propósito del presente artículo. Indiquemos tan solo que es fácil establecer la relación entre la 'gran tribulación' y la última Noche Oscura de San Juan de la Cruz a que nos referíamos antes. Es decir tras la gran tribulación los elegidos lavan y blanquean sus ropas quedando 'limpios', sin mancha o sin 'huella'. Ya hemos visto anteriormente que las huellas son las impresiones, los sánskaras, profundamente inscritas en el cuerpo causal. 

  • la liberación de las cadenas - Imagen muy frecuente en el arte románico sobre todo en grupos escultóricos. El símbolo del 'romper las cadenas' suele ponerse en relación con la Ley mosaica, a la que está sometido el hombre profano, no libre y por tanto aún 'encadenado', según el conocido pasaje de Pablo: 
"... hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisionados, de modo que sirvamos según un espíritu nuevo y no según un código anticuado." (Rm. 7:6)
O, como en este otro pasaje, donde las cadenas son sustituidas por el yugo:
"Mantenéos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud." (Gal. 5:1)

Generalmente la referencia de Pablo a la ley suele entenderse como referida a la ley mosaica, como asimismo se interpretan en este sentido las cadenas que atan a los condenados que van camino del infierno en los pórticos de las iglesias y catedrales románicas. Pero es evidente que todas estas citas -tanto las citas de Pablo como las imágenes del arte medieval- poseen un sentido alegórico que trasciende la simple interpretación de la ley como una referencia exclusiva a la ley mosaica por la que se regía el pueblo judío. De lo contrario Pablo no podría decir, poco después del primer pasaje citado:
"Sin ley el pecado estaba muerto."

Lo que dice Pablo -y lo confirma después- es que hubo un tiempo en que el pecado no tenía consecuencias: "estaba muerto". Es evidente que se refiere aquí a una ley superior, de orden metafísico y no escrita por mano de hombre, anterior a la Alianza con el pueblo elegido, dado que el pecado existía ya antes. 

Por tanto, tanto los pasajes citados de Pablo como las imágenes que hemos señalado resultan acordes a lo que venimos diciendo acerca de la limpieza del 'cuerpo causal' como última fase purgativa o purificativa del alma del místico que precede de la divina unión.  




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Ahora bien, en el arte cristiano existe una imagen canónica que representa alegóricamente esta limpieza profunda y final del alma tras la cual estará al fin preparada para la divina unión, y lo representa bajo la forma de un pasaje evangélico: el descenso de Cristo a los infiernos. Expliquemos dónde está la relación entre ambos momentos. 

Anteriormente hemos relacionado el 'cuerpo causal' con la dimensión de la profundidad, -recordemos que en el simbolismo del estanque el cuerpo causal era precisametne su fondo (ver aquí)- y por simple transposición espacio-temporal lo profundo equivale simbólicamente a lo pasado, de modo tal que una mayor profundidad en el espacio es equivalente a una mayor lejanía temporal, un pasado más remoto. Así, dijimos que muchas tradiciones relacionaban el 'cuerpo causal' con 'herencias' -sobre todo psíquicas- sin 'limpiar' recibidas de los ancestros. 

Todo ello se puede poner en relación con las diversas tradiciones que hablan de la transmisión o herencia de los pecados lo cual nos remite a la idea de pecado original. Hablar de pecado original, transmitido desde el comienzo de los tiempos, trae a la memoria en la tradición judeocristiana las figuras de Adán y Eva, que fueron liberadas por Cristo según la tradición en su descenso a los infiernos [2], infierno a veces también denominado Limbo de los Patriarcas o Seno de Abraham. 

  

 

Dos ejemplos en el arte cristiano occidental del Descenso de Cristo a los infiernos, ambos de estilo gótico. Resulta evidente en este tipo de representaciones la referencia a la profundidad y a la prisión mediante las imágenes de la caverna, de las fauces de la bestia (el Behemot bíblico) o del vientre de la ballena. En algunas representaciones además pueden aparecer las 'cadenas' a las que nos hemos referido, particularmente habituales en las representaciones escultóricas del episodio.


 

En la tradición iconográfica oriental, la representación de este pasaje es mucho más frecuente que en la tradición occidental, donde prácticamente desapareció en el Renacimiento. 
En la imagen el famoso fresco de la iglesia de San Salvador de Cora, que sigue el canon iconográfico oriental tal y como puede verse en los iconos dedicados al mismo tema. En el mismo, Cristo tiende sus manos para rescatar a Adán y a Eva de su prisión. 


La interpretación teológica de este episodio es bien conocida: Cristo, a través de su sacrificio como cordero de Dios, remonta la 'cadena causal' hasta el primer hombre, por el que precisamente dicha 'cadena' quedó dañada de forma indeleble, para liberar a los prisioneros. En las representaciones más habituales de este acontecimiento Cristo aparece pisando las puertas del infierno, mientras restos de cadenas y cerrojos yacen por el suelo. 

Dicho de otro modo: el descenso de Cristo a los infiernos para liberar a Adán, a Eva y a los Patriarcas es un episodio análogo en el nivel cósmico al que la purificación completa del 'cuerpo causal' a través del trabajo espiritual representa en el nivel particular de la existencia de cada ser. Que sea Cristo quien desciende para liberar por su propia mano a los primeros hombres es un dato a favor de esta idea pues mucho místicos -San Juan de la Cruz entre ellos- han señalado que esta última limpieza no está en manos del hombre hacerla, pues él no puede nada a este respecto, debe ser el mismo espíritu el que la afronte dejando el alma de ese ser lista para la unión final... Ciertamente tras completar la limpieza solo queda un pasaje más por cumplir, para la consecución del cual el camino ha quedado despejado: la gloriosa Resurrección. 

Así el sentido místico de este 'descenso a los infiernos' de Cristo es la purificación final y completa de las 'honduras del alma', momento culminante de la purificación espiritual tras el cual el ser queda libre de la Ley que hasta entonces le tenía esclavizado y sometido a sus dictados. 



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Para acabar queremos hacer notar que existe una conocida representación visual de esta misteriosa ley a la que se refería san Pablo en los pasajes ya comentados, una representación que se muestra como la perfecta inversión de la imagen iconográfica tradicional de la Anastasis de Cristo que acabamos de ver, nos referimos al Arcano XV del Tarot, denominado El Diablo:



Comparemos esta imagen con la ilustración anterior, el fresco de la iglesia de Cora que muestra la liberación de Adán y Eva, para captar cómo es su perfecta inversión. Aquí el lugar de Cristo es ocupado por el diablo mientras las figuras femenina y masculina se corresponden perfectamente con Adán y Eva. El diablo no les tiende la mano sino que parece burlarse -saluda con la mano y hace una mueca con su cara- desde su posición de poder mientras ellos permanecen 'encadenados'. Es una imagen muy certera para mostrar el alma del hombre prisionera. 

La relación entre ambas representaciones es evidente. A menudo además en muchas representaciones medievales de este episodio, el mismo Cristo, al derribar las puertas del infierno, aplasta al diablo de la figura anterior, como puede apreciarse en los siguientes ejemplos. 








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[1] Solo la Prima Materia, la Prakriti hindú, el polo substancial del cual la manifestación parte posee la posibilidad en forma indefinida, es decir sin limitación. En el cristianismo este polo substancial de posibilidad infinita es representado por la Santísima Virgen María, por esta razón ella es 'sin pecado concebida', esto es la Inmaculada Concepción. 

[2] Una matización es necesaria. El modelo iconográfico que recoge este episodio recibe generalmente el nombre de Anastasis (literalmente resurrección), lo cual es un tanto erróneo y puede llevar a confusión pues la Resurrección de Cristo posee su propia representación pictórica canónica tanto en el arte  cristiano occidental como en el oriental. 

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