miércoles, 30 de abril de 2014

Orden y belleza en el pensamiento medieval (II)




Como hemos apuntado en ocasiones anteriores la antropología medieval concebía al ser humano como mediador entre Dios y el mundo de modo que, en virtud de la analogía entre exterior e interior, tal y como el hombre debía restaurar el orden y equilibrio primordiales en su alma, debía también restaurarlos en el mundo que le rodeaba. El hombre era entonces concebido como un trabajador o jornalero divino, siguiendo la parábola de los trabajadores de la viña (Mt. 20:1-6), que imprimía un orden divino a la creación con cada una de sus acciones, que como en toda perspectiva tradicional tomaban un carácter sagrado.  

Las características fundamentales que persigue el pensamiento medieval son principalmente dos: 
  • orden 
  • estabilidad

Estas ideas según lo que hemos dicho el hombre medieval buscaba imponerlas a su alrededor, imprimiéndolas en la creación caída para redimirla y hacerla así partícipe de la Gran Obra de la salvación. Es importante advertir que tales características no son más que la transposición al mundo exterior del estado que debía alcanzar el alma humana al ser restaurada a su estado primigenio, es decir el alma de aquel que actualizando sus potencias deviene en Hombre Primordial. 

Es a través de la ciencia de la arquitectura como más explicitamente se muestran estas ideas en la práctica, por ello es estudiando el simbolismo arquitectónico como mejor comprendemos esta antropología o ciencia del hombre. 



Orden y equilibrio.

El orden busca garantizar la proporción, el equilibrio y la armonía entre las partes -las potencias-, en referencia al 'medido, pesado y dividido' del profeta Daniel [1]. La estabilidad o equilibrio busca resistir ante el embate de las pasiones, que en el caso del simbolismo arquitectónico son las fuerzas destructivas de la naturaleza. Hay que decir que no es posible lo uno sin lo otro, pues el alma desordenada se derrumba fácilmente ante el temporal de las pasiones tal y como un edificio mal construido ante la fuerza de los elementos. Tales ideas de orden y estabilidad como figura del alma recta y firme del contemplativo se nos muestran particularmente explícitas al atender a la forma y la estructura del claustro medieval, como ya vimos en otro lugar (ver aquí).

Para el pensamiento medieval el símbolo de esta estructura firme, estable y justamente proporcionada era el cuadrado, por ello podemos hablar del proceso purificador del alma  -la vía purgativa- como un camino de la misma desde el estado caótico e informe de caída en que se encuentra en la vida profana hacia el cuadrado, estado en que priman en ella el orden y la estabilidad -proceso conocido como ad cuadratum-. 






La planta de cruz latina propia de las iglesias y catedrales de Europa occidental es básicamente un cubo desplegado, el cuerpo del Adam Kadmon u Hombre Universal que parece abrirse hacia el cielo en un abrazo cósmico.

En la construcción de las grandes catedrales el cubo era uno de los sólidos básicos a partir del cual se extraían las proporciones y formas de todas las partes, hasta las más pequeñas 
e incluso aquellas meramente ornamentales, que constituían el edificio. De este modo se aseguraba que todas las partes estaban en relación (razón) geométrica con el todo.  




El cuadrado -o el cubo en el simbolismo tridimensional- es la figura terrenal perfecta, pues es la más estable y la que mejor guarda la proporción, del mismo modo que el círculo -o la circunferencia- es la figura celestial perfecta pues contiene todas las formas en sí en potencia, es decir contiene toda la posibilidad de la manifestación. En este sentido el cuadrado supone de alguna manera la forma final de la manifestación. El círculo posee todas las potencias en sí, puede transformarse en cualquier otra figura geométrica; el cuadrado por el contrario se toma como la figura 'más acabada', la forma final, lo que también tiene el  sentido de agotamiento de las potencias y por tanto de las posibilidades de manifestación de un ser. 

El proceso de ordenación espiritual del alma es análogo, a medida que esta se vincula al espíritu -que representa la forma aristotélica-, va abandonando la indeterminación primitiva en que las potencias están indefinidas y tomando una forma regular, es decir actualizando y concretando sus potencias. Es el proceso que los alquimistas y hermetistas denominaron 'cuadratura del círculo'.  




[1] 'Mené, Tekel, Ufarsin', Dn. 5:25. 





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