Como hemos apuntado en ocasiones anteriores la antropología medieval concebía al ser humano como mediador entre Dios y el mundo de modo que, en virtud de la analogía entre exterior e interior, tal y como el hombre debía restaurar el orden y equilibrio primordiales en su alma, debía también restaurarlos en el mundo que le rodeaba. El hombre era entonces concebido como un trabajador o jornalero divino, siguiendo la parábola de los trabajadores de la viña (Mt. 20:1-6), que imprimía un orden divino a la creación con cada una de sus acciones, que como en toda perspectiva tradicional tomaban un carácter sagrado.
Las características fundamentales que persigue el pensamiento medieval son principalmente dos:
- orden y
- estabilidad.
Estas ideas según lo que hemos dicho el hombre medieval buscaba imponerlas a su alrededor, imprimiéndolas en la creación caída para redimirla y hacerla así partícipe de la Gran Obra de la salvación. Es importante advertir que tales características no son más que la transposición al mundo exterior del estado que debía alcanzar el alma humana al ser restaurada a su estado primigenio, es decir el alma de aquel que actualizando sus potencias deviene en Hombre Primordial.
Es a través de la ciencia de la arquitectura como más explicitamente se muestran estas ideas en la práctica, por ello es estudiando el simbolismo arquitectónico como mejor comprendemos esta antropología o ciencia del hombre.