martes, 18 de febrero de 2014

Simbolismo de la Virgen sedente


Las representaciones tradicionales de la Virgen María en la Europa occidental son:

  • la Anunciación  
  • la Virgen entronizada - Virgen sedente con el Niño en su regazo
  • la Virgen en pie con el Niño en brazos
  • la Asunción a los Cielos
  • la Coronación de la Virgen en los Cielos

No consideramos la representación de la Natividad como una imagen mariana, pues no es la Virgen el centro de tal representación sino el Niño mismo, aunque en ocasiones en el arte medieval -en particular en el portal de las catedrales- se combina la Natividad con otras escenas, algunas de ellas más específicamente marianas. 

Por su parte, las dos últimas de estas escenas iconográficas -la Asunción y la Coronación- no comenzaron a hacerse frecuentes en el arte hasta el periodo gótico, época en que no solo cambiaron los gustos estéticos sino también la sensibilidad religiosa del pueblo cristiano. El periodo gótico supuso un aumento muy notable de la presencia de la Madre de Dios en el culto cristiano, sin ir más lejos la mayoría de las catedrales le fueron consagradas a ella, razón por la cual la época de las catedrales ha podido ser calificada de "un triunfo de la Virgen" (Spengler). 

Señalar que tampoco consideramos aquí -aunque sería buen motivo de reflexión- la representación de la Inmaculada Concepción, por ser muy posterior a las anteriores ya que tuvo su auge a partir de la contra-reforma y disfrutó de una especial popularidad en el barroco.  




Cada una de las representaciones que hemos citado al comienzo ilustra un momento diferente de la Vida  -terrena y celeste- de la Virgen María:

  • el caso de la Anunciación es obvio, refiere la visita del ángel Gabriel.
  • la Virgen entronizada celebra la Epifanía del Señor, es decir su presentación al mundo, que tiene una representación alternativa en la 'Adoración de los Magos'.
  • la Virgen con el Niño en brazos es un tema muy variado, pero podemos decir que su referencia básica es la Presentación en el Templo, cuarenta días después de la Natividad. 

A continuación nos referiremos concretamente a su representación como Virgen sedente o entronizada.



Nuestra Señora de Eunate portando una gavilla en la mano.


La mayoría de vírgenes románicas y casi la totalidad de las llamadas Vírgenes Negras presentan este modelo de Virgen entronizada. A lo largo del gótico este modelo cambió gradualmente hacia la Virgen en pie con el Niño en brazos, escena propia de la Presentación en el Templo, de modo que a fines de la edad media es difícil encontrar representaciones de la Virgen sedente. 

A menudo se dice de esta representación que la Virgen es la Sabiduría divina, pero esto no es totalmente exacto. En realidad, la Virgen no es propiamente la Sabiduría en sí sino el Trono de la Sabiduría: el 'Asiento de la Sabiduría' según las Letanías lauretanas[1]. La Sabiduría divina es el mismo Cristo que está en su regazo [2]. 

Sabiduría de la que se dice expresamente: 

Antes de todo fue creada la Sabiduría
la inteligencia prudente desde la eternidad. 

(Si, 1:4)

En estos versos vemos además una referencia clara a las séfiras segunda y tercera del Árbol sefirótico: Hokhma y Binah, traducidas respectivamente por Inteligencia y Sabiduría. 



Virgen entronizada. Portal Norte de la catedral de Reims. 



La Virgen es por tanto el asiento de la Sabiduría eterna y divina en este mundo. Esto además de la interpretación lógica -la Virgen fue el asiento de Dios cuando tomó forma humana y vino a morar entre los hombres- tiene otra interpretación que podríamos denominar esotérica o interior.


Según la antropología cristiana tradicional el hombre está constituido por un ternario: cuerpo, alma y espíritu. Dentro de dicho ternario la Virgen siempre simboliza el alma, pero no el alma en su estado caído, sino en su estado restituido, es decir el del alma purgada o purificada -y que por esto es calificada de limpia, sin mancha, inmaculada-. Estamos aquí ante una enseñanza de claro carácter místico:

Cuando el alma del hombre se purga de sus pasiones y vicios es restituida en su semejanza divina original, es decir, recupera su conformidad a la Voluntad de Dios [3] y abandona su deformidad. Dicho de otro modo, abandona su estado caído, se reincorpora del fango del pecado. Es en este estado purificado que el alma puede recibir al Paráclito, al amado del Cantar de los Cantares, que mora 'en los corazones de sus fieles'. 

Por otra parte, sabemos, gracias a toda la literatura mística cristiana, que para que el alma sea restituida en su dignidad y recupere su forma originaria es necesaria una fuerte disciplina, la ascesis, dirigida a fortalecer el cuerpo y la voluntad del hombre, a la vez que a purgar el alma de sus tendencias inferiores. Este trabajo de ascesis implica una férrea voluntad que se mantenga constante en el tiempo y que controle las pasiones y emociones, en lugar de ser la voluntad controlada por ellas, lo que sería el estado caótico del alma. El camino iniciático es por tanto, un camino en que el alma recupera no solo su dignidad fundamental, sino también el señorío sobre sí misma, abandonado el servilismo y la esclavitud para con lo inferior. Por eso el alma del asceta es Dama soberana sobre su cuerpo y su mente, y he aquí otra analogía con el ideal caballeresco del amor cortés, que sacrificaba la propia voluntad por la voluntad de su dama. 



Si ahora analizamos la imagen tradicional de las Vírgenes sedentes encontramos que la figura se refiere precisamente al ternario que compone al ser humano:


  • la silla o trono - el cuerpo
  • la Virgen - el alma
  • el Niño Jesús - el espíritu

En una serie inclusiones e interrelaciones donde lo material y exterior acoge maternalmente a lo espiritual e interior, el espíritu habita en el alma del mismo modo que el alma mora en el cuerpo. Creemos que la enseñanza práctica es clara: cuando el alma está firmemente asentada en el cuerpo, entonces la Sabiduría divina viene a visitarla, o también puede decirse, nace dentro de ella. 

Encontramos confirmación en las siguientes palabras: 


La Sabiduría no entra en un alma que hace el mal
ni habita en un cuerpo sometido al pecado. 

Porque el santo espíritu, el educador, huye de la falsedad


(Sabiduría 1, 4)




En el fondo toda esta metáfora mística puede ser traspuesta sencillamente al ejercicio práctico de la meditación. Esta es una de las razones por las que se da prioridad en estas representaciones al hieratismo majestuoso de la Virgen frente a cualquier tipo de sentimentalismo o emotividad. El hieratismo muestra el estado de perfecta calma y sosiego , el estado contemplativo, que debe presentar el alma del hombre para alcanzar la conjunción mística con el espíritu y adquirir así la verdadera Sabiduría. 











[1] Sedes Sapientiae.

[2] Tal y como es explícitamente representado en algunos iconos de la iglesia ortodoxa.
[3] Hágase en mí según tu palabra. (Lc. 1:38)

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