miércoles, 19 de febrero de 2014

Simbolismo del Yin-Yang


El símbolo extremo-oriental del Yin y el Yang simboliza la dualidad que signa toda la existencia universal, las dos fuerzas contrarias que subyacen a la manifestación y cuyo conflicto da lugar a la pluralidad de los existentes. La alternancia de estas dos fuerzas tal y como muestra el símbolo asegura el equilibrio del universo, más allá de los desequilibrios parciales de sus partes. Es la dualidad última que en algunas mitologías ha sido considerada irreductible y de la que hemos comentado que el simbolismo polar supone su superación. 

A partir lo que acabamos de indicar del simbolismo polar, simbolismo que trasciende la oposición de los contrarios del yin-yang, cabe señalar que las dos mitades del símbolo pueden ser puestas en relación con el sol -la mitad blanca- y la luna -la mitad negra-, o lo que es lo mismo con el día y la noche. Sol y luna, ya lo hemos dicho y lo repetimos ahora una vez más, son las caras más visibles en el mundo manifestado de esta dualidad cósmica que está más allá de toda forma y toda manifestación. De hecho en origen y literalmente designan las dos caras o vertientes de la montaña, la solana y la umbría. 


Partiendo de esta correspondencia simbólica se generan otras muchas. Así el Yin es asociado con el principio femenino: las cualidades pasiva, contenedora y formadora; y es simbolizado tradicionalmente por el Valle. En la tradición occidental correspondería al simbolismo de la Virgen y se asociaría a la substancia primordial, fuente de todas las formas y a la potencia aristotélica. En cambio, el Yang, el principio masculino de la creación se simboliza con la Montaña y se asocia a lo activo, al vigor y al rigor. Ambos principios, yin-yang, expresan la diferencia clásica entre materia y forma. 

Como puede apreciarse, en un simbolismo donde los dos opuestos están tan interrelacionados entre sí no puede decirse que uno prevalezca sobre el otro, lo masculino sobre lo femenino o viceversa, dado que el símbolo pone el acento en la interdependencia y la complementariedad de los opuestos más que en su lucha y desde luego en ningún caso en el dominio de uno sobre el otro, desequilibrio metafísico que tendría consecuencias en el orden cósmico. No puede decirse por tanto que una mitología que tiene por centro este símbolo y que pone el énfasis en el equilibrio entre complementarios imponga el dominio de un símbolo  (el masculino) sobre el otro (el femenino). 

El Yin se define a menudo como lo disolvente y se identifica con el lado de la montaña que queda en la sombra, la umbría, lo que nos recuerda lo húmedo y el elemento agua. El agua es precisamente, el disolvente universal. Acerca del simbolismo del agua y la inmersión en la misma remitimos  a lo que ya dijimos en otro lugar. Digamos tan solo que aquí el simbolismo del lado Yin viene a coincidir con el simbolismo que ya comentamos del signo de Cáncer: simboliza la parte disolutiva que contiene toda manifestación, su origen pero también el punto al que ha de regresar inexorablemente, pues toda manifestación tiene un principio y un fin. Frente al poder disolutivo del Yin (la materia) se encuentra el poder coagulante de Yang (la forma). Ambas tendencias antagónicas, además de con los pares de opuestos clásicos -masculino y femenino, sol y luna- pueden ponerse en relación con las dos fases principales de la respiración -inspiración y exhalación. Podemos definir el Yang como una tendencia a la coagulación, y por tanto al acto, lo cual es una virtud del espíritu y se asocia al cielo; y al Yin como una propiedad disolutiva y por tanto asociado a la potencia, lo cual es una propiedad constitutiva de la materia simbolizada por la tierra como madre que nutre y origina las existencias [1]. A esto y no a otras fantasías que se ha dado en popularizar recientemente por la new-age, es a lo que se referían los viejos mitos cuando hablaban de la Gran Madre, no a pretendidas deidades matriarcales sino a este principio general y universal que necesita a su vez del principio espiritual tradicionalmente calificado de masculino.  

Según esto, si sólo existiera Materia (dada su naturaleza receptiva y falta de principios formales que la organicen y le aporten distinción) el mundo sería amorfo, indistinto y carente de cualidades. La cualidad por tanto solo puede ser aportada por el Espíritu -el principio  celeste Yang-.

Una vez más las tradiciones más lejanas pueden ser empleadas para explicar el símbolo y descubrir una enseñanza esotérica primordial y transversal a todas ellas, en este caso la enseñanza de que el equilibrio adecuado entre los opuestos genera toda la creación de los seres y mantiene la armonía que sostiene el mundo.



El Tao engendra al Uno,
El Uno engendra al Dos,

El Dos engendra al Tres.

El Tres engendra a los diez mil seres.
Los diez mil seres llevan el Yin en sus espaldas y el Yang en sus frentes,
Y la armonía de su Chi depende del equilibrio de estas dos fuerzas.

(Tao te King, cap. 42)



Un último detalle no debe pasar desapercibido. Hemos dicho alguna vez que el Yin-Yang no hace alusión directa a un simbolismo polar que trascienda y armonice los opuestos -como sería el caso del caduceo hermético, por ejemplo-, pero hay que indicar que el Yin-Yang está contenido dentro de un círculo, figura simple y perfecta dentro de la cual tiene lugar la alternancia de los opuestos. Por una parte el círculo hace referencia a los órdenes superiores de la manifestación, es decir celestes, preformales. Por tanto la dualidad es muy anterior ontológicamente a la manifestación formal donde de ordinario la advierte o percibe el hombre. 

Y por otra parte el círculo que contiene los opuestos nos remite a la unidad que subyace a toda la manifestación, unidad inafectada por la alternancia de equilibrios o por la sucesión de las existencias particulares. Es decir el círculo representa el mismo cosmos -el Ser de Parménides- en su perfección, belleza, simpleza e inalterabilidad. Pase lo que pase en los niveles inferiores, contenidos en él, él, el orden primordial coincidente con el orden final, los asume todos en sí.    







[1] Cabe citar el conocido principio hermético 'Solve et coagula' -"Disuelve y coagula"-.

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