jueves, 5 de marzo de 2009

Los dos 'san Juan' (I): el dios Jano y los dos San Juan



Los tres años de vida pública de Jesucristo se encuentran enmarcados por los dos ‘san Juan’ como por dos columnas que sustentan la revelación de dios en el mundo. Ambos juanes marcan un antes y un después en la historia, los límites tangibles, históricos y temporales de la presencia de dios hecho hombre y habitando entre nosotros. 

El bautismo en el Jordán por su primo san Juan Bautista marca el inicio de su misión pública, misión que encuentra su final en la cruz, donde poco antes de expirar, Jesús, en presencia tan solo de su madre y de su discípulo amado, de nombre Juan, les dice:

“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.

Para después añadir:

“Ahí tienes a tu madre”. (1)



En efecto tras su bautismo en el Jordán Jesús comienza su prédica y adquiere más protagonismo progresivamente en tanto que la estrella del Bautista parece declinar apresuradamente hasta su desgraciado fin a manos de Herodes. Las mismas palabras de S. Juan Bautista son a este respecto providenciales: 


"Yo debo menguar y Él debe crecer". 


De este modo la misión pública de Jesús como profeta queda enmarcada entre dos juanes: el bautista y el evangelista. Uno anunció su venida [2] y el otro dio ‘testimonio de estas cosas’ y su ‘testimonio es verdadero’ [3]. No es descabellado tras estas y otras palabras de Jesús dirigidas a San Juan Evangelista (concretamente en la Última Cena o en su despedida final a orillas del Tiberíades) ver en el discípulo amado a un "heredero" (si puede hablarse así) de Jesús. 




Los dos 'san Juan' y el dios Jano

El nombre de Juan puede emparentarse etimológicamente con el de Jano, que procede del latín Iannua, puerta. 

En el mundo romano Jano era el dios de las dos caras, y era representado tradicionalmente con dos rostros que miraban en direcciones opuestas. Un rostro era joven mientras el otro era viejo. Curiosamente los dos juanes que enmarcan la vida pública de Cristo son también uno viejo (el Bautista) y otro joven (el Evangelista), idea respetada singularmente a lo largo de los siglos en su iconografía. 

Se decía que el rostro joven de Jano miraba al futuro y el viejo al pasado, por esta razón los romanos le consagraron el mes del año nuevo (Januarius = Enero): una cara miraba al año viejo y la otra al año nuevo. Además el dios Jano se situaba a menudo guardando las puertas, y los umbrales, con una cara mirando a cada lado, por lo que se le consideraba guardián de los 'pasos', en particular de aquellos momentos y decisiones de la vida que marcan un antes y un después. Pero también, y por la misma razón, era el dios de las iniciaciones, pues estas son consideradas un paso de una vida -vieja- a otra -nueva, por ello la expresión neófito, nueva planta-. 

En general presidía las iniciaciones de los oficios y las artes en la antigua Roma, pero muy en particular era asociado a los colegios de arquitectos y constructores. Encontramos aquí otra curiosa coincidencia o reminiscencia con los dos 'san Juan', estos son precisamente los patrones de la masonería, que durante siglos fue la continuación del colegio romano de constructores. Aquí una vez más el paralelismo entre los 'san juanes' y Jano es obvia. 



Simbolismo astrológico de Jano

Menos conocido es quizás la relación de Jano con el Sol. El año romano (y su calendario) estaba en función del sol y de su ciclo celeste. El fin de un año y el comienzo de otro eran señalados por el fin de un ciclo del sol (el solsticio de invierno) y el comienzo de uno nuevo.

Las dos fiestas anuales dedicadas a Jano coincidían precisamente con los dos solsticios, invierno y verano. Esto nos indica que ambos estaban considerados 'pasos' o puertas temporales, fronteras a un nuevo tiempo. Tiempo que debe considerarse cualitativo y no lineal y cuantitativo -como e sel tiempo moderno-: un tiempo de ascenso del Sol y otro tiempo que corresponde a su 'caída'. Sin duda esto tenía connotaciones simbólicas y no es de descartar que incluso los ritos de las iniciaciones de oficio estuvieran en función del momento del año. 

Si atendemos ahora a los dos 'san Juan' de la tradición cristiana es bien sabido que sus fiestas coinciden aproximadamente con los dos solsticios: San Juan Bautista es el solsticio de verano -comienzo del signo astrológico de Cáncer- y San Juan Evangelista corresponde al solsticio de invierno -comienzo del signo de Capricornio-. Una vez más la relación es evidente. 


Habida cuenta de todos estos paralelismos, cabe preguntarse si los dos 'san Juan' no han venido a sustituir de alguna manera lo que en la religión romana significaba el dios Jano y cuál era este significado. 

Como dijimos, los dos 'San Juan', abren y cierran un ciclo: la estancia de Cristo en la Tierra. Uno prepara su llegada y el otro asiste a su partida, recibiendo además el encargo de permanecer hasta que Él regrese. Es decir, ellos marcan y señalan el 'paso' que es Cristo. 

El Juan viejo (el Bautista) que desaparece con la llegada de Cristo, podría simbolizar las viejas tradiciones, la vieja Ley que será completada y cumplida por Cristo [4]. El Juan joven  por su parte, toma el testigo de Jesús y mira al futuro, a los nuevos tiempos, a la naciente tradición cristiana, no puede ser casualidad en este sentido que sea el de San Juan Evangelista el último de los cuatro evangelios, ni que él mismo  cierre con sus palabras toda la Biblia, él es el anunciador del nuevo tiempo en que Cristo se ha revelado a los pueblos.



Los dos 'san Juan' y la puerta del Templo

Los dos ‘san Juan’ también se han puesto en relación con las columnas de Hércules, que aparecen en el Plus Ultra (R. Guénon) y que señalan también los dos solsticios: el punto más alto -solsticio de verano- y el más bajo -solsticio de invierno- del curso del sol. 

Si ponemos en relación esta idea de los dos ‘san Juan’ como las dos columnas que marcan el límite al sol con la simbólica arquitectónica, encontramos una interesante relación. Las dos columnas del Plus Ultra pueden ser equiparadas a las dos columnas legendarias que custodiaban la entrada del Templo de Salomón: Jaquín y Boaz

Ahora bien, si imaginamos la entrada a un templo cristiano, por ejemplo románico, encontramos estas dos columnas en las jambas que flanquean la portada. Sobre ellas precisamente descansa un arco -habitualmente de medio punto- que simboliza el cielo, la bóveda celeste, y la ‘piedra angular’ de dicho arco  es el mismo Cristo, como dice el Salmo[5]:

            “La piedra desechada por los constructores vino a ser la piedra angular”. 


Precisamente en el lugar de esta ‘piedra angular’ es frecuente encontrar el Crismón, escudo y anagrama de Cristo. Cristo es esa ‘piedra angular’ que mantiene en equilibrio toda la estructura, toda la Iglesia -como cuerpo espiritual-, apoyado en las dos columnas que simbolizan los dos ‘san Juan’. Sin esta 'piedra angular' el arco -y simbólicamente todo el edificio- se derrumbaría. Cristo, según este simbolismo constructivo, mantiene unido y en equilibrio el universo mismo. Por tanto el simbolismo entre el arco de medio punto como curso del sol y las jambas del portal como sus límites -superior e inferior- es bastante claro. 

Pero además, debido al anterior simbolismo citado, la iglesia misma pasa a ser una gran puerta, un umbral espiritual: salida de este mundo, terrestre, y entrada en otro mundo, celeste. Aquí los dos ‘san Juan’, más allá de ser dos meras columnas, son los dos legendarios custodios, guardianes o vigilantes del umbral, del 'paso iniciático', tal y como les encontramos en ‘La Flauta Mágica’ de Mozart. Por tanto las dos profetas que enmarcan a Cristo y su presencia real en el mundo, vigilan también el acceso a Él.  

Según esta idea de los guardianes del umbral, los dos 'san Juan' toman otra forma en la arquitectura cristiana tradicional. Los dos colosos mitológicos que guardan el umbral -simbolizados en la tradición hebrea como las dos columnas del Templo, Jaquín y Boaz- son representados en las arquitecturas románica y gótica por los dos altos campanarios que flanquean la portada occidental de todas las catedrales europeas. Los campanarios cumplen la función profética de llamada y advertencia, sus campanas son 'voz que clama en el desierto' para quien la quiera oír, y cuyo sonido, según la creencia popular, ahuyenta los demonios. Los campanarios por tanto, anunciando y proclamando la presencia de Cristo en toda la tierra, toman el lugar de los dos 'san Juan': entre ellos queda la puerta al reino de los cielos, que es el mismo Cristo. 

Y como Jano era un dios de las iniciaciones, aquí también se trata de un simbolismo claramente iniciático: la iniciación es presentada aquí como el 'paso' de un umbral, como el cruce de una puerta, un ‘antes y después’ que implica una muerte -el hombre viejo que es el Bautista- y un nuevo nacimiento -el hombre joven, representado por el evangelista-[6]. La puerta es una frontera entre dos mundos: el pasado profano y el futuro sagrado, la muerte y la vida, o el mundo de la perdición de un lado y el mundo de la salvación del otro.

En la Cruz se cierra un ciclo. El ciclo crístico del ministerio entre los hombres de Jesús. Un ciclo abierto con un Juan (el Bautista) y cerrado con otro Juan (el Evangelista). Si Juan estará siempre -según dice Jesús en su despedida- hasta que Él vuelva y Juan no es otra cosa que el 'paso' de la puerta o el umbral que nos lleva a la nueva vida, quizá signifique que la puerta por la que se llega al Reino de los Cielos estará siempre accesible. 






[1] Juan 19:26-27.
[2] Juan 1:7; 1:15.
[3] Juan 21:24.
[ 4] 'No vine a abolir la Ley y los Profetas sino a darle cumplimiento'. (Mt 5:17)
[5] Sal 118:22; Mt 24:43.
[6 ] Es el 'segundo nacimiento' de la conversación con Nicodemo.

2 comentarios:

Ana dijo...

Qien es el autor de todo esto?

Dr. Ramsés dijo...

Las ideas no son de nadie, nadie debe adjudicárselas: "el espíritu sopla donde quiere".