sábado, 30 de agosto de 2008

Simbolismo del laberinto (II): Laberinto y comunidades iniciáticas



Para proseguir con los diferentes simbolismos del laberinto, compatibles todos ellos entre sí, pues no se excluyen, debemos remitirnos a la estructura funcional de una comunidad iniciática. Esto requiere de algunas explicaciones previas acerca de la morfología y constitución de las comunidades iniciáticas.

Una comunidad iniciática tradicional y regular es en sí misma un microcosmos, es decir, reproduce a su escala y nivel el orden universal. En una tal comunidad el maestro, en tanto que poseedor del conocimiento (gnosis) o la influencia espiritual (baraka) que hace al grupo ser lo que es, es la referencia indiscutible para el resto de miembros.

Puede perfectamente considerarse esta figura del maestro, en tanto que central, como un “centro inmóvil”, un “centro del universo” –universo que es la comunidad en sí misma –. El maestro es el “centro” de su comunidad exactamente como el sol es "centro" de su sistema solar. Podría decirse incluso que de modo del todo equivalente a como el sol mantiene unidos a sí los planetas del sistema solar, así el maestro -mediante su fuerza e influencia espirituales- mantiene a sus discípulos ligados a él, formando un “círculo” iniciático y protector.

En tanto que “centro inmóvil” el maestro es el “polo” de su comunidad al que deben tender (orientarse) sus discípulos; y en cierto sentido dicho maestro es inaccesible a los profanos. Esto es así no solo en la teoría sino incluso también en la práctica, pues dicho maestro está como rodeado y protegido, por sus alumnos, oficiales y adeptos de diversos niveles, de las influencias del “mundo profano”. Adeptos que por una parte le protegen como a una “tierra santa” y por otra establecen contactos con el mundo exterior, es decir mantienen comunicación con el “mundo profano”. En otras palabras, ellos, los adeptos, comunican el interior y el exterior de su comunidad[1] manteniendo a ésta en contacto con el mundo exterior. 

Los “oficiales” (y nótese las implicaciones militares de la palabra) son como el más cercano “cinturón de seguridad” del núcleo que representa el maestro, y pueden ser denominados por ello “guardianes de la Tierra Santa”. En virtud de semejantes equivalencias el maestro mismo constituye el auténtico “Grial” para su propia comunidad, pues él forma el vínculo que une a esa comunidad con el centro espiritual superior. Él representa en este nivel de manifestación ese hilo conductor ininterrumpido que pasa de maestro en maestro a lo largo del tiempo y las generaciones. 

Por último en el nivel más bajo si imaginamos una representación vertical -forma piramidal- o más alejado del centro si tomamos una representación horizontal -tal como puede ser el laberinto, la figura de la 'triple fortaleza' u otra de las muchas representaciones representaciones concéntricas que se refieren a esto-, estarían los aprendices, no considerados adeptos [2] por no haber actualizado aún la iniciación recibida. La iniciación la instruye exclusivamente el maestro que es el único que la puede dar regularmente.

Tal como hemos explicado la estructura constituida por núcleo, zona intermedia y periferia destaca la analogía que dicho esquema posee con la estructura del huevo de las aves -cáscara, clara y yema-, conocido símbolo del renacimiento espiritual, y en general con la estructura básica de la célula -membrana, citoplasma y núcleo-.



Enlosado de la catedral de Amiens que forma la figura del “triple recinto” o “triple fortaleza” celta, imagen de la configuración esencial de cualquier comunidad iniciática y por extensión de toda la sociedad tradicional en su conjunto.

El suelo original de la catedral fue sustituido en tiempos modernos por este otro que puede verse en la imagen, el cual, a pesar de su factura moderna, conserva varias formas tradicionales, incluyendo esvásticas y un curioso laberinto poligonal.



Pasando al análisis de los laberintos propiamente, diremos que los laberintos de camino único representan básicamente la misma estructura en tres capas de profundidad que ya hemos descrito: zona de límite y protección, zona intermedia y núcleo. 

El sendero del laberinto simboliza el camino que debe recorrer el hombre profano desde la exterioridad hasta el centro de sí. Tal viaje hacia el interior de sí mismo tiene su correlato con la posición que ocupa ese individuo particular en su comunidad o sociedad, posición que puede ser más interior o más exterior: en tanto que hombre profano solo participa de la vida social normal de la comunidad y acaso de sus ritos exotéricos, está por tanto en la exterioridad, pertenece a la periferia de la comunidad; pero en tanto que iniciado y adepto ocupa un lugar central, sosteniendo invisiblemente a su comunidad mediante su participación en el núcleo de la misma. 

Desde este punto de vista el propio laberinto semeja la comunidad iniciática, el grupo sagrado. Si el centro es el maestro de su comunidad, las baldosas que conforman el enlosado representan ellas mismas -siguiendo el conocido simbolismo de las piedras de la iglesia en representación de sus fieles- a todos los iniciados que han trabajado activamente en la obra (exterior e interior) y que están ejecutando por y en sí mismos el camino que designa el laberinto.

Toda la comunidad iniciática tomada como conjunto, así como el camino iniciático individual de cada miembro están representados –debido a la ley de analogía- en el mismo símbolo del laberinto. Penetrar en el laberinto equivale por tanto a acceder al ámbito sagrado que supone la comunidad regular e iniciática. Poco a poco el iniciado deberá recorrer progresivamente –y en un largo transcurso de años- el camino que lleva desde la periferia (el grado de aprendiz) hasta el centro (el grado de maestría). El adepto que alcanza el centro de su comunidad (o de su laberinto) se convierte a todos los efectos en un nuevo maestro, al modo de un sol que ilumina y guía a sus discípulos. Esta es la razón por la que los nombres de los maestros constructores de las catedrales góticas estaban inscritos o grabados precisamente en el centro de sus mismos laberintos.

Este es el camino reproducido y representado simbólicamente en las circunvalaciones de todos los laberintos y por esta razón es perfectamente correcto decir que el laberinto es un camino esotérico, pues a través de él se pasa de lo exterior -el mundo profano- a lo interior.



Laberinto en el suelo de la catedral de Chartres.



Aún podría hacerse una última lectura: el laberinto está dentro de la iglesia o catedral. La iglesia (como comunidad cristiana) sostiene y protege -mejor sería decir debe sostener y proteger- las comunidades esotéricas en su interior. El esoterismo tiene lugar y sentido entonces sólo dentro de la iglesia cristiana que es su marco debido.

Todo lo que se ha indicado a nivel de la comunidad es también válido a un nivel individual (en virtud de la ley de analogía): el hombre que alcanza su propio centro -pasando por las mismas o equivalentes pruebas por las que habría de pasar caso de pertenecer a una comunidad iniciática y tras el mismo arduo y tortuoso camino-, alcanza también el grado de maestro, pasa a encontrar desde entonces su maestro interior que no está sino en su propio centro, en el centro de su individualidad, el centro de su laberinto, laberinto que no es otro que su personalidad retorcida y profana, esquiva de lo más esencial y fundamental, es decir, su ego, que da una vuelta tras otra para no enfrentar lo fundamental: que está pronto a desaparecer. 

Dicho camino laberíntico hacia en interior de sí en ninguna parte está mejor representados que en el mito medieval de la búsqueda y el encuentro del Santo Grial.







[1] Al modo de la membrana celular, que protege el interior de la célula pero también lo “une” en cierto sentido al exterior pues por ella pasa la comunicación con el “mundo exterior”: separa y a la vez comunica ambos lados, ambos mundos.

[2] Como explicara Guénon, el lenguaje vulgar y profano usa la palabra 'adepto' como  equivalente de seguidor o iniciado y la emplean para los que están en sus inicios, cuando en realidad se refiere a los miembros que están más alto en la realización espiritual.


viernes, 29 de agosto de 2008

Noyon. Claustro.





Pozo en el claustro de la catedral de Noyon.

Algunas notas sobre el amor cortés (IV)



El amor cortés y la Virgen María

Según Markale la palabra virgen está en relación etimológica (de las palabras celtas werg, encerrar, wraka, de ahí bruja) con las ideas de fuerza, acción y encierro o enclaustración. La virgen es así la mujer “cerrada” o “encerrada en sí misma”, con el sentido claramente alegórico que ello supone. La palabra virgen parece estar incluso relacionada con la idea de energía. Es evidente el parecido con la potencialidad, la materia o la substancia (y por tanto con la shakti). De hecho el latín virgo no deja de estar  con vir – fuerza, hombre.

Diana es siempre casta, rechaza a los hombres pero los pone a su servicio, los esclaviza. Hay una cierta relación con la virgen también.

Dios – María
Caballero – Dama

(Lanzarote – Ginebra)
(Robin - Marian)


El caso ideal en la literatura/mitología es una pareja adúltera y por tanto subversiva del orden social. Por ello es necesario el furtivismo, porque el amor se da sólo en peligro, en situaciones de riesgo o gran dificultad: imposibilidad social, dificultades materiales, etc…

Pero el furtivismo del amor se asocia con otro carácter típico medieval: el esoterismo. El furtivismo, la discreción, el ocultamiento del amor y del objeto amado, la promesa de silencio, todo ellos nos recuerdan los ritos mistéricos e iniciáticos. La iniciación solo era posible lo oculto, lejos de la luz, apartada de lo visible, lejos de lo que se muestra a la sociedad. Es así el amor un rito esotérico en toda regla pues la confidencialidad de la pareja nadie la rompe, todo sucede en lo íntimo, en el interior, en lo secreto. Las confidencias amorosas no salen de lo íntimo como los secretos del esoterismo no pueden hacerse públicos y quedar al alcance de los profanos. En ambos círculos se promete discreción y guardar silencio en presencia de profanos. Vemos la interesante relación entre el amor cortes y los rituales iniciáticos de la caballería medieval, asociado todo ello al cristianismo esotérico, heterodoxo que abundaba en la época. El amor era sin duda una senda espiritual, de entre otras posibles.

La mujer por otro lado pasa a ser ayuda y además motivo de la acción heroica y guerrera, impulsora de la noble acción, acción dirigida al perfeccionamiento: vemos un reflejo del karma yoga hindú, el yoga de la acción justa y liberadora. La mujer es el impulso divino (shakti) que mueve a esa acción heroica cuyo fin es la superación de la condición humana y material.

Asimismo el encuentro definitivo entre dama y caballero sólo puede producirse tras la búsqueda iniciática. De ahí la necesidad de separaciones, desgarros y sufrimientos. Todo ello pasos purificadores dirigidos a la perfección.

La diosa es la Gran Madre, madre de todo lo existente. Es por ello desde un plano superior la puerta del mundo, por la que todos llegamos al mundo. Pero es también desde el punto de vista contrario la “puerta del cielo” (Ianua Coeli, como reza la letanía), lo cual equivale a la muerte, la devoradora de mundos, la diosa Kali – la pareja de Shiva –, que es como una imagen invertida de la virgen y a la que sin embargo se debe adorar/amar igual: es la Virgen apocalíptica. Es la puerta por la que salimos del mundo, por la que regresamos a lo inmanifestado, al origen incondicionado. Si por un lado nos expulsa –dándonos la forma y la existencia– por el otro nos devora.

Así el amante es la víctima sacrificial pues su objetivo último en tanto que caballero y héroe iniciático es renunciar al ego y, librándose de él, perder su lado condicionado, social y mundanal. Es decir, olvidar todo lo que el mundo y la sociedad le han enseñado, por ello su carácter subversivo y revolucionario, que no se atiene a normas preestablecidas: un detalle muy visible en el mito de Tristán e Isolda.

Este simbolismo aparece en la misma iglesia (en particular en su forma románica). En el exterior de las iglesias románicas abundan los monstruos devoradores, las fauces que engullen figuras humanas o las trituran entre sus dientes. Si el interior de la iglesia es como una caverna, también es el interior del monstruo mítico: el interior de la ballena de Jonás, el intestino del monstruo donde la personalidad del héroe se deshace de sus partes viles y de donde la esencia (el verdadero sí-mismo) resurge transformada y purificada. Sobra señalar aquí la semejanza entre el laberinto y el intestino. Al triturarse la personalidad humana (el lado social y consciente del individuo) lo que se pierde es también inevitablemente el nivel mental de la consciencia habitual. (Remitimos aquí a todo lo que ya dijimos sobre la relación entre el laberinto y el psiquismo inferior). El resto de la aventura heroica se efectuará en otro estado mental, la 'pura tiniebla', un estado de atención y concentración especial de los sentidos que no reside simbólicamente en el cerebro sino en el corazón. 




La Virgen y la Shakti.

Por su parte María es madre de dios, ya que dios tomó forma humana en su interior; exactamente como la presencia divina acampa y toma forma entre nosotros en el interior del tabernáculo, el templo o santuario. María es el templo de dios por antonomasia, el lugar donde se manifiesta la Shekinah. El espíritu es aquello cuya presencia anima el templo, el espíritu –Purusha hindú– anima la materia/substancia Prakriti hindú– que sin él sería inerte .

Las catedrales góticas además que estar dedicadas a la virgen intentan ser simbólicamente la virgen misma, la representan en tanto que lugar donde toma forma y se hace presente el espíritu: Emmanuel -dios entre nosotros-. Tal y como el Espíritu Santo tomó forma en el interior de la virgen. María es ella misma el templo de dios que no es otro que la catedral gótica: el espacio donde baja el espíritu para presentarse bajo la forma e imagen de Cristo, ante y entre nosotros. La catedral supone esa puerta de entrada-al-mundo y a la vez salida-del-mundo.

En el diagrama cabalístico del árbol sefirótico esa puerta entre la inmanifestación y la manifestación es Binah, la Sabiduría. Y Binah ha sido llamada en cábala Mara, la Gran Madre. Y no es coincidencia que la virgen sea Santa Sophia, la sophis de los gnósticos, el conocimiento que proviene de la revelación divina. La santa Sabiduría de la Escritura que existe desde el principio mismo del mundo –cual el Verbo-. La catedral no debe contener la sabiduría sino ser –encarnar- la sabiduría divina: debe ser su misma manifestación en la tierra. La catedral debe ser ella misma esa sabiduría corporeizada, materializada, hecha piedras. La catedral debe ser el libro que contenga y transmita esa sabiduría divina. Es así como se dice que la catedral es un libro –mejor dicho dos: uno abierto a todos y otro cerrado a la mayoría, solo abierto a los elegidos* –: no porque contenga múltiples historias sino porque su misión última es transmitir y conservar un conocimiento sagrado, la misma misión de un libro sagrado. Sabemos además que el grial tomó algunas veces en la leyenda la forma de un libro escrito en caracteres extraños, sólo comprensibles para unos pocos -los iniciados-, es decir un libro esotérico por tanto. Y sabemos que una de las etimologías de grial lo emparenta con gradale, graduale, o sea libro. Sabemos asimismo que la figura de Cristo en majestad –pantocrátor – acostumbra a portar un libro abierto: el evangelio. En él está escrito todo lo que ha sucedido y lo que ha de suceder, del principio al fin de los tiempos, desde la alfa hasta la omega. La catedral es ese libro, la catedral es el grial, quien lo entiende no encuentra diferencia entre la catedral de piedra y su catedral (templo donde se encarna el espíritu) interior.

En una última y arriesgada analogía la materia se representa sobre el plano por el cuadrado o, en la tridimensionalidad, por el cubo. Pues bien, las catedrales con su planta de cruz latina no dejan de ser la extensión sobre el plano del cubo geométrico. El primer chakra (muladhara chakra) es, y no por casualidad, también representado por el cuadrado: es la figura más fija, menos móvil, menos dinámica, la más estable de todas las figuras geométricas y por ello representa una energía análoga. Pues bien, no podemos dejar de advertir que la planta de la catedral no es sino la apertura del cubo, el cubo in extenso, abierto a los cielos –y a su influencia celeste y espiritual–. El cubo deja de estar encerrado en sí mismo, se abre: kundalini, la energía básica, primordial es despertada y sale de su letargo para empezar su camino de perfeccionamiento y ascenso a los cielos. La propia catedral es así el muladhara chakra que contiene dentro la energía sháktica de la serpiente.

La dama del caballero prefigura esta energía sháktica: no es más que la forma exterior de la Kundalini interior que el caballero busca despertar/reanimar. Y los trabajos y proezas ejecutados por su dama no son sino el régimen de ascesis guerrera y sexual necesario para despertar la energía dormida en su interior. La dama es la prefiguración de la shakti del caballero y por tanto una forma exterior, más material y aprehensible, de la cristiana figura de la Virgen María.


Para ver los capítulos finales: 
Conclusiones I y Conclusiones II



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* Por lo demás es así como lo vemos en la conocida figura de la Sabiduría que guarda la entrada de Notre-Dame de París.


Algunas notas sobre el amor cortés (III): Triángulo del amor cortés.




Adán – Lilith – Sammael

Adán – Eva – Serpiente



Es el triángulo del amor cortés. Adán es el esposo, pero la esposa Lilith lo abandona y se va con el ángel rebelde. Eva de algún modo, al caer en la tentación, también le es infiel. Es una figura arquetípica repetida infinitamente en la mitología y que subvierte o rompe el orden establecido, el orden moral-social.

Profundizando en el episodio el diálogo entre Eva y la serpiente es un diálogo idéntico a aquel que mantuvo Jesús en el desierto con Satanás durante sus tentaciones. Se trata de un diálogo puramente interno pues la voz del enemigo no es sino una parte de sí mismo, de su persona, de su interior. Eva no es más que la imagen elaborada, socializada, civilizada de la antigua Lilith. Es un regreso de Lilith bajo otra apariencia, donde se impone el super-yo freudiano. A partir de ahí Eva pasa a ser doble, pues la Lilith expulsada y ocultada, no está en otra parte que dentro de ella, en su oscuro subconsciente. La mujer es mitológicamente un ser doble: divina y diabólica, madre y amante a la vez.

Algunas notas sobre el amor cortés (II): Preceptos del amor cortés.



(tomados de Jean Markale, El amor cortés o la pareja infernal. Olañeta, 2006)

1. Huye de la avaricia y sé generoso (tanto para tu dama como para la comunidad).
2. Evita siempre la mentira.
3. No seas malediciente, evita a los calumniadores.
4. No divulgues secretos, sé discreto y furtivo.
5. No tomes varios confidentes (solo uno).
6. Mantente puro para tu amante.
7.  (¿perdido?)
8.  (¿perdido?)
9. Permanece atento al mandamiento de las damas.
10. Sé digno de pertenecer a la caballería del amor.
11. Muéstrate en cualquier circunstancia educado y cortés.
12. No sobrepases el deseo de tu amante.
13. Observa siempre cierto pudor.




Algunas notas sobre el amor cortés (I)

(Inspiradas en el libro El amor cortés o la pareja infernal de Jean Markale y yendo un poco más allá)

El amor cortés tuvo lugar entre los siglos XI y XIII y mayoritariamente entre las clases nobles y acomodadas. No fue un fenómeno de masas sino, más bien, de élites. No deja de sorprender que el triunfo del amor cortés coincida tan exactamente con la época de mayor esplendor de los cultos marianos, lo que podríamos denoiminar un
triunfo de la Virgen. Es evidente la relación entre ambos fenómenos. Notre-Dame, nuestra Dama o nuestra Señora, es también la dama del amor cortés que es su prefiguración, su materialización en la vida del caballero. Nuestra dama universal se convierte para el caballero en mi dama.


Dama – del latín domina, femenino de dominus; dueña, señora.

Se produce en el ideal del amor cortés una unión del amor con la acción guerrera (con todo lo que implica el ideal de la caballería). El amor pasa a ser el motivo que permite la hazaña, la proeza, la superación de uno mismo.

El caballero nunca puede ser el marido (sería entonces el igual de su esposa). El caballero debe estar mas abajo que la amada en la escala social y espiritual, por eso el caballero no tiene dominios ni fortuna personal, tan solo voluntad, por ello presta sus servicios. Pero el caballero sí ha de poseer una potencialidad, una capacidad de ser, una casta guerrera. Y gracias a la mujer que a la que va a honrar con sus gestas y a la que servirá hasta el limite extremo de sus posibilidades pondrá en marcha esa potencialidad, llevará a cabo proezas que le harán ser amado por la mujer adorada y podrá recibir la recompensa que se merece. Al hacerlo él mismo superará distintos estadios de evolución: una rigurosa iniciación caballeresca que le llevará a un rango espiritual superior, al que no habría tenido acceso sin la motivación, provocada exclusivamente por la mujer, su dama.

La dama por su parte nada sería sin aquel al que elige entre los pretendientes, aquel con el que va a iniciar un verdadero ritual de posesión, un ceremonial que llevará al hombre a transgredir los interdictos sociales, morales e incluso sexuales, para llegar a un estado de exaltación gracias al cual todo es posible. El objetivo reconocido de la dama es ser valedora de su amante, exigirle todo para hacerle mejor, lograr que recorra las etapas necesarias para su desarrollo espiritual y eso al precio des las más duras obligaciones, pruebas penosas e injusticias escandalosas en muchos casos. Se somete al amante a vicisitudes intolerables en algunas ocasiones pues afectan a su honor. Con ello no se mide el grado de obediencia sino la fuerza, el coraje, la virtud (del latín virtus, fuerza), la capacidad de enfrentarse con el mejor de los ánimos a los contratiempos, a las derrotas, a los sinsabores y a pesar de todo soportar la situación.

La noción del individuo desaparece en este juego amoroso para dejar paso a la noción de pareja: el caballero amante no puede existir por sí solo (necesita una dama objeto de su amor), ni tampoco la dama encuentra mucho sentido a su existencia en su orgullosa soledad. Era un honor y un privilegio ser pretendida y para ello había también que hacerse valer, cultivarse como dama culta. De este modo, entre las damas de la nobleza era casi obligatorio conseguir algún caballero pretendiente, lo contrario representaba un fracaso... ¿Es esta pareja infernal paso obligado del ser que busca su plenitud? ¿Es esta pareja el perfecto hermafrodita, el rebis alquímico de las dos caras?

Socialmente el amor cortés fue también en ocasiones un modo arriesgado de vincular la fidelidad de un paladín a su señor a través de la esposa de éste. En la leyenda artúrica Arturo pide a Ginebra que retenga a Lancelot en la corte como sea. ¿Cuál es entonces el límite?

El mismo vasallo será, si es aceptado por la dama, el adicto a la dama en virtud de un juramento de amor equivalente en todo al juramento de vasallaje a su señor. Se tejía así una sutil red de interdependencias entre individuos en un sistema de vínculos espirituales y relaciones de fidelidad muy estrechas, como era en el orden feudal.

El amor aparece como un estado trascendental del ser que solo puede alcanzarse siguiendo cuidadosamente las etapas de una iniciación social, moral y psicológica al mismo tiempo. El amor cortés es una dura y larga prueba durante la cual, sean cuales sean los sufrimientos soportados, el amante desea con todo su ser llegar a la perfección encarnada en este mundo por su dama y llegar a tal perfección sólo en honor a ella. Debe hacerse valedor, merecedor de su dama. Y en último término es solo a ella a quien debe cuentas en este sentido. 

La pareja del amor cortés es infernal en la medida en que es inmoral, pues está al margen de las leyes establecidas socialmente, es subversiva; y también es inmoral en la medida en que aporta turbación y sufrimiento sin límite a alguien, el caballero, que se entrega voluntariamente y en plena conciencia a la mujer/dama que ha elegido.







viernes, 1 de agosto de 2008

Reflexiones sobre el Grial


El mito del grial está muy emparentado con la doctrina tradicional de las cuatro Edades del mundo. En efecto en la edad de hierro (Kali-Yuga hindú) la Tradición, asediada y perseguida por las circunstancias profanas que habrán terminado por imponerse totalmente en el mundo, se refugiará, retirándose del mundo y permanecerá oculta hasta el fin del ciclo actual. Este proceso de progresiva retirada del mundo o recogimiento se simboliza a veces con la imagen de una nuez, una cáscara (la fortaleza) que protege el fruto (que no es otro que el grial) en su interior. Así desde la perspectiva profana su circunstancial desaparición será vista como su definitiva extinción, aunque en realidad es más bien un recogimiento protector, un retraimiento – dentro de las dos fases sucesivas que supone toda manifestación, expansión y contracción, la tradición entraría en una fase de letargo ocultación en espera de tiempos favorables equivalente a la fase de contracción. El mismo mensaje lo encontramos en la historia de Noé y su arca en la que se refugian y sobreviven las semillas del futuro nuevo ciclo de la humanidad. Este proceso de contracción o retraimiento (de abandono de la manifestación en definitiva y aparente desaparición) va acompañado del dificultamiento –cuando no de la pérdida o la interrupción– de la transmisión iniciática en las condiciones en que se daba antes. Esto será debido a los innumerables impedimentos y trabas (tanto a nivel físico como a nivel psíquico) que el mundo (el saeculum) opondrá a la tradición misma. No debemos olvidar que si por algo se define el mundo moderno es por su carácter anti-tradicional.

A esta circunstancia, enmarcada en el ciclo histórico universal y en la doctrina de las cuatro edades o eras (Manvantara), es a lo que se refiere el mito en última instancia: dadas las condiciones excepcionales que cobrará la manifestación en el fin de ciclo, las condiciones de transmisión de la tradición no pueden ser menos excepcionales y la misma tradición habrá de buscar nuevas vías para garantizar su supervivencia (lo cual está garantizado en todo caso por su misma naturaleza ya que “el espíritu sopla donde quiere”). De ahí la figura del caballero –héroe de los tiempos de guerra– que busca su camino sólo. El caballero va efectivamente recubierto de su armadura, recubierto de hierro, como corresponde al hombre de este tiempo definitivo: un hombre inserto en la brutal edad de hierro. El caballero reproduce, siguiendo la analogía entre macrocosmo y microcosmo, al grial mismo – en esta fase de retiro del mundo manifestado pero en el nivel de manifestación humano –: así como el grial está protegido y a la vez oculto (velado) en su fortaleza, el alma del caballero se recubre para protegerse de las influencias exteriores por su rígida coraza. Así puede decirse que el verdadero caballero prefigura el grial mismo en su persona.

Hemos de entender por todo ello que, desde la perspectiva tradicional que toman las leyendas, los tiempos oscuros no fueron aquellos del mito sino éstos que nos ha tocado vivir. Tiempos en que la luz del espíritu no brilla más, aunque eso no significa que se haya apagado, como puede parecer a los profanos e ignorantes, sino que se encuentra, según dice la palabra evangélica, “bajo el celemín”.

En conclusión, dado el momento crítico por el que pasa actualmente la tradición misma es tiempo de excepciones, podríamos decir. Los iniciados por tanto no pueden ser sino gente excepcional, hombres excepcionales, héroes de este tiempo; y tendrán que transitar por un camino no menos excepcional. Ante la desaparición o perversión progresiva de las organizaciones tradicionales que anteriormente aseguraban la transmisión regular y efectiva de la tradición –es decir, custodiaban el grial, el tesoro de la tradición – los neófitos, los aspirantes a iniciados, tendrán que seguir un camino diferente, guiados únicamente por su intuición: siendo cada vez mas difícil contar con un guía externo o con la protección que brinda una organización estable, los iniciados habrán de confiar exclusivamente en su maestro interior.

Esta es la razón por la que en el hombre actual (el hombre de la edad de hierro) predomina, al menos aparentemente, la acción sobre la contemplación. Pero esta acción debe ser una acción dirigida, más concretamente debe ser una acción dirigida hacia el interior, centrípeta y no centrífuga. El hombre del fin de ciclo se salva por la acción, pues “por sus actos les conoceréis”. Condenado a la inevitable ley del karma de todas sus historias pasadas el hombre del fin de ciclo se redime por su acción, concretamente por la acción justa, es lo que el hinduísmo conoce como karma-yoga, vía perfectamente representada por la figura de Arjuna en la Baghavad-Gita. Relacionando lo anterior con la teoría hindú de los tres gunas, la acción centrífuga correspondería a la fuerza del rajas, el guna expansivo (lo que equivaldría al yin extremo oriental). Sin embargo la fuerza centrípeta (el yang) corresponde al sattwa, la fuerza que conduce de la diversidad y la difusión a la unidad y la unificación.
Por otra parte no puede dejar de verse aquí la compatibilidad que toman el “estado del espíritu” – si puede decirse así – y la forma que adopta la vía misma, causa última de la necesidad de la caballería espiritual en los tiempos últimos: mientras el espíritu es actuante en el mundo no conviene al hombre otra cosa que la no-acción taoísta, pues con tan solo esa condición el espíritu actúa por él; en cambio cuando el espíritu pasa a estar oculto y a ser no-actuante el hombre requiere pasar a la acción para encontrarlo, debe ir en su busca, quedando la no-acción para quienes ya han andado el camino, aquellos que le han encontrado, es decir para quienes poseen en efecto el grial. Poseer el grial implica ponerse en manos del espíritu y ser su instrumento en la tierra.

Así, encontramos que el mensaje de la leyenda es más optimista de lo que se suele suponer. El grial no se niega a quien lo merece, y esto es así en cualquier tiempo o bajo cualquier condición en que se presente la realidad exterior. Por tanto, sean cuales sean las condiciones ambientales de los tiempos y las dificultades que impone el fin de ciclo, todavía/aún (y siempre) es posible encontrar y poseer el grial. Pero los nuevos caballeros tendrán que hacer un camino distinto del que antes conducía al grial; un camino repleto de peligros. Por ello es imprescindible que el caballero se arme, y no solo de valor sino, como dice san Pablo, de “toda la armadura de dios”, que no es más que la fe y la virtud, la armadura espiritual que ha de proteger al caballero de los peligros de este tiempo “infernal”. La recta intención, que nunca debe flaquear, es simbolizada por la lanza que siempre acompaña al grial, es la “demanda” que conduce a la búsqueda constante.

El grial es un tesoro, si bien un tesoro espiritual. Largo y tortuoso es el camino que conduce hasta él, representado a menudo por la espiral. La búsqueda del grial transcurre en el nivel psíquico o “anímico”, el nivel del alma –mediador entre el mundo físico y el espiritual–, aunque requiere de un correlato evidentemente físico y material, podríamos decir un correlato práctico. Los peligros son también y ante todo -más que peligros físicos- peligros psíquicos, que ponen en riesgo particularmente el alma del iniciado. Es por esto que los que se dirigen al grial sin las aptitudes requeridas, sin el valor o la protección adecuadas quedan por ello marcados, heridos de por vida, sucumben a los peligros del camino. Ninguno de tales peligros del mundo intermedio –anímico – podrá hacer desistir al verdadero caballero que marchará con paso lento pero firme, sin titubear ni volverse nunca atrás hasta el mismo corazón de la tradición, la morada del grial.

Así, si bien es cierto que la leyenda pinta un paisaje desolador – con el preciado grial en paradero desconocido y oculto en un castillo casi inexpugnable y rodeado de múltiples peligros para el alma del caballero – la leyenda nos impulsa a la búsqueda y no a perder la esperanza. El mito griálico es en el fondo un mito utópico que nos habla de un futuro mejor y siempre posible y nos dice que el destino depende en buena medida de nuestra firme voluntad y esfuerzo. El hombre del kali-yuga no espera –no puede esperar– pasivamente la gracia divina, la iluminación salvadora sino que, dadas las condiciones de ciclo actuales, ha de buscar esa gracia activamente, debe dirigirse a ella: conquistar el grial por su esfuerzo y sacrificio. En efecto, dado el momento de degradación espiritual en que vive el hombre ordinario, la no-acción tan querida por las antiguas tradiciones equivaldría a ser absorvido y como arrastrado por la corriente descendente propia de esta fase del ciclo cósmico. De dejarse llevar por la tendencia general del mundo actual la espiral tamásica engulliría al caballero y le conduciría inexorablemente a los estados infrahumanos de la materialización y la mecanización. Por ello el caballero debe enfrentarse a esta tendencia general que prima en su mundo y entre sus contemporáneos, debe oponerse por todos los medios a esa fuerza centrífuga y disgregadora y debe remontar la corriente hacia las fuentes de agua pura, como el salmón remonta el río. La no-acción queda reservada para aquel que alcanza el “centro”, el “motor inmóvil”, que es la sede del grial. Sólo allí es posible “no-actuar” (como dice la doctrina taoísta), pues sólo allí el elegido queda al margen de la corriente, fuera del devenir, ajeno al movimiento constante de la manifestación, y es señor virtual de los “tres tiempos”, contemplando pasado, presente y futuro. El caballero que alcanza el grial ha cumplido enteramente su estado humano, lo ha realizado efectivamente, se encuentra entonces en el “centro del mundo”, el lugar por el que pasa el “Eje del mundo”, es decir el punto desde el cual es posible la comunicación efectiva con otros estados superiores –al estado humano– del ser, donde es posible el contacto con el mundo espiritual propiamente dicho. Es el “hombre primordial”. Esto es lo que en lenguaje pitagórico significa haber efectuado los “misterios menores”. Es el camino horizontal el que se ha recorrido –y resta entonces ascender en sentido vertical el “eje del mundo”-. El laberinto ha sido recorrido hasta su centro. Solo entonces se abren ante la vista del iniciado los “misterios mayores”, invisibles para el hombre ordinario, el cual no ha alcanzado el centro de su estado. Para encontrar el grial hay, por tanto, que hacerse merecedor de él, y si es necesario avanzar y abrirse paso en el camino por la fuerza, declarando la guerra al mundo profano y sus perversiones.

Este era en rigor el mensaje final de las leyendas griálicas: en los tiempos porvenir, en el futuro oscuro y aciago que se avecina al hombre y que cerrará el ciclo, cuando el grial no estará ya a la vista de todos, ni siquiera protegido por unos pocos “elegidos” –los cuales, por otra parte, cuando lo logran se retiran de este mundo–, sino oculto, en algún paraje desconocido, aún entonces pese a las dificultades y las calamidades (la tierra yerma) los verdaderos caballeros que luchen por alcanzarlo con fe e intención lo encontrarán. Porque el grial no se niega a nadie que lo merezca. Y dadas las nuevas “condiciones ambientales” en que estamos la manera de abrirse paso hasta él tendrá que ser por ello no menos novedosa. Nuevas armas y nuevas estrategias para luchar con el enemigo de siempre que ahora se nos presenta bajo un nuevo disfraz, más seductor pero igual de peligroso: el disfraz del espectáculo de una sociedad infundada.

laración fina
Hemos dicho que los elegidos por el grial para defenderlo (y la mejor defensa es guardarlo en el corazón, dentro de uno mismo) se retiran del mundo. Esto es tanto debido a la imposibilidad de manifestar exotéricamente el grial (a riesgo de perder la vida y el grial mismo) en las condiciones del mundo actual, gobernado por fuerzas contrarias, Gog y Magog; tanto como debido a la imposibilidad manifiesta de vivir ellos mismos bajo la condición de la modernidad y de compaginar el “deber sagrado” de servir al grial con el estado de vida profano (los “deberes profanos”). En efecto, ya está dicho que “no se puede servir a dos señores: a dios y al dinero”. Se puede concluir de ello que los “caballeros del grial”, es decir aquellos que realizan los “misterios menores”, representan – o “son”, y entiéndase bien esto en sentido simbólico, pero no por ello menos real– en el plano de realidad humano, el grial mismo y por ello es correcto decir que de sus vidas depende el mismo grial. Por ello deben retirarse del mundo* (como el grial mismo en la leyenda) y, en razón de su deber sagrado, no les es dado manifestarse al mundo sino que han de permanecer ocultos, apartados del mundo en su fortaleza interior, hasta que el cambio cíclico les permita de nuevo salir a la luz y manifestarse en el mundo. Ellos “son”, en el mundo actual, el mismo grial vivo, el canal, el puente (de ahí que ellos sean pontifex) por el que desciende y se manifiesta el espíritu (la Shekinah) en el mundo.






* “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo.” Juan 15, 19